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La Paloma reabre: "Es como entrar en el túnel del tiempo y viajar a 1900"

La emblemática sala de baile del Raval barcelonés, la más antigua de Europa, sube la persiana tras 16 años de silencio

Teo Camino

La Paloma / Luis Miguel Añón (CG)

La Paloma recupera sus alas. Tras muchos amagos, alza el vuelo, y lo hace con sus mejores galas: las de principios del siglo pasado. Los rosetones de motivos florales y los ornamentos dorados, que se añadieron en 1919, están recién pintados. Las butacas, de terciopelo granate pintalabios, todavía mantienen el brillo de antaño. Los camareros, vestidos de traje blanco, están acabando de llenar los frigoríficos, y ninguna de las bombillas de la gran lámpara de araña osa parpadear: es el instante al fin. Si uno mira en derredor, da la impresión de estar viviendo en 1903, pero las entradas se venden por internet, se pagan en euros y estamos en 2023.

Uno de los palcos / Luis Miguel Añón (CG)

La sala de baile La Paloma --calle del Tigre, 27--, la más antigua de Europa, reabre tras pasar más de tres lustros clausurada por el Ayuntamiento de Barcelona a causa del exceso de ruido.

La Paloma vuelve a la noche

“Hemos hecho las obras de insonorización y de seguridad pertinentes, pero está todo igual que hace un siglo. Es como entrar en el túnel del tiempo y viajar a 1900”, expone a Consumidor Global Mercè March, alma mater del local y madre del actual propietario, Pau Solé March.

Mercè March, en el centro de la sala de baile / Luis Miguel Añón (CG)

"La idea es abrir con regularidad a partir de febrero de 2023", apunta la gerente. De este modo, se rompe el largo silencio, pero los mimos volverán a gestualizarlo a la salida del local para intentar respetar el descanso de los vecinos.

Hay que vivirla

Entramos por la puerta trasera, de color granate canalla, y avanzamos por un estrecho pasillo flanqueado por cajas de bebidas que llegan hasta el techo. “Reserva de palcos y venta de entradas. 31 de diciembre de 2006”, se puede leer en un cartel, el del último día que La Paloma abrió al público. Al entrar en la sala, tan versallesca, es un flechazo, es amor a primera vista, y empieza el espectáculo.

El último cartel / Luis Miguel Añón (CG)

Entrar en La Paloma “era como colarse en una película de Fellini, con sus personajes singulares y sus escenas extravagantes”, recuerda March, quien explica que Los palomeros, los clientes asiduos, formaban un elenco inigualable. Estaba La artista, que cada noche bailaba sola --porque se creía mejor que los demás-- frente al escenario; El tigre, un enterrador que bajaba de Montjuic a cortejar a las chicas con su traje blanco; El Tarzán, un señor mayor y forzudo que se ponía a hacer gimnasia delante de todos; la chica de los lavabos, Águeda, que vendía botones y tenía medias de repuesto para las carreras, y a la que todos y todas le contaban sus penas; "y un jefe de sala homosexual" que, de repente, se ponía a llorar. Unos personajes que el fotógrafo Antoine Passerat capturó en su libro Tigre, 27 (Editorial Art Blume). “Es tan fea por fuera y tan bonita por dentro… La Paloma no se puede explicar, hay que vivirla”, apunta March. ¿Quién llenará ahora su majestuosa sala de baile?

Varios personajes de La Paloma capturados por el fotógrafo Antoine Passerat, autor del libro 'Tigre, 27' (Editorial Art Blume) / ANTOINE PASSERAT

Pepita y los demás

“Ayer me llamó Pepita. Me dijo que acaba de cumplir 103 años y que le reservemos el palco 17 en Nochevieja”, explica March sobre la que posiblemente sea la clienta más fiel y veterana de La Paloma. Según cuenta la gerente, Pepita empezó a frecuentar la sala de fiestas a los 18 años, cuando salía de casa de sus padres sin decir que se iba a bailar a un local del entonces Barrio Chino. Este año acudirá junto a sus sobrinas.

La vista del escenario desde el palco 17 de Pepita / Luis Miguel Añón (CG)

La sala tiene un aforo de 1.000 personas, y March asegura, a dos días de Nochevieja, que ya han vendido alrededor del 80 % de las entradas a través de la plataforma Dice. El pase incluye una consumición, concierto de jazz y sesiones de varios pinchadiscos, y las copas extra van a 12 euros.

Una sala de fiestas emblemática

En los frescos del techo --obra de Salvador Alarma, autor de las pinturas del Liceu--, mujeres y hombres bailan mientras, a lo largo de los últimos 120 años, han visto pasar por allí debajo a Picasso, Dalí, Almodóvar, Barceló, Pepita y tantos otros.

La fachada con el cartel de la fiesta de Fin de Año / Luis Miguel Añón (CG)

La ciudad de Barcelona y el sector del ocio nocturno “le han de rendir un homenaje, pues no pasa cada día que un establecimiento nacido en el año 1903 reabra sus puertas, y menos después de estar 16 años sin abrir al público”, apunta el secretario general de la patronal catalana del ocio nocturno Fecasarm, Joaquim Boadas. Pese a estar catalogada como bien de interés urbanístico y gozar de la protección de la ciudad, esta joya patrimonial no ha recibido subvención alguna por parte de las instituciones y ha sobrevivido gracias a la organización de eventos privados y rodajes puntuales. Ahora, La Paloma recupera sus alas, pero le corresponde al público enseñarle a volar.