En Escocia e Irlanda, hablar de whisky es entrar en terreno sagrado. Más que una bebida, es una herencia viva, un emblema nacional que destila siglos de historia, orgullo y rivalidad. No es de extrañar que miren con desdén a cualquier forastero que ose producir su propia versión de este destilado milenario.
Y, sin embargo, fue en la meseta castellana, lejos del verdor atlántico y el aura celta, donde un visionario español decidió, hace ya casi 70 años, que él también podía jugar en esa liga. Su nombre, Nicomedes García Gómez. Su creación, DYC, el whisky español que aún hoy libra una silenciosa batalla por ganarse el respeto que le ha sido negado durante décadas.
Una historia de rebeldía empresarial
Todo comenzó en 1910, cuando el padre de Nicomedes, un modesto empresario segoviano, empezó a destilar anís bajo la marca La Castellana. Tras su fallecimiento prematuro en 1919, el joven Nicomedes heredó el negocio y lo transformó. En 1929, un pedido de 100 barriles de cerveza Mahou le fue rechazado por estar en mal estado. En lugar de tirarlos, García decidió destilarlos y envejecerlos en roble. Lo que emergió tres años después era una bebida curiosamente parecida al whisky. Aquella improvisación se convirtió en una obsesión.
Pero fabricar whisky en la España de la posguerra no era tarea fácil. El racionamiento y la legislación impedían destilar alcohol de cereales, considerados bien de primera necesidad. Fue entonces cuando la audacia empresarial de Nicomedes se impuso. Desde su puesto como presidente de la Cámara de Comercio de Segovia y apoyado por su creciente red de contactos, logró modificar la ley, alegando que España importaba más de 100.000 cajas de whisky al año –la mitad de forma ilegal– drenando divisas en tiempos de escasez.
DYC, un sueño hecho whisky
En 1958 nació oficialmente Destilerías y Crianza del Whisky (DYC) en Palazuelos de Eresma, gracias a una inversión inicial de 55 millones de pesetas aportada por 14 socios. La ubicación no era casual: un palacete del siglo XV, antiguo molino harinero, con acceso directo al agua cristalina del río Eresma, clave para un buen destilado.
Las primeras botellas salieron a principios de los años 60. El sabor era convincente, el precio, competitivo. En un solo año, DYC ya había recuperado la mitad de la inversión inicial. Coincidía además con un cambio cultural: la influencia estadounidense estaba arrinconando el anís y el brandy, en favor del whisky y la ginebra. DYC, con producto nacional y precio asequible, encajaba perfectamente en este nuevo escenario. En 1974 llegó DYC 8, el primer whisky español envejecido un mínimo de ocho años. Su botella, inspirada en la icónica Casa de los Picos de Segovia, fue todo un acierto visual. Y la calidad del líquido sorprendió incluso a los más escépticos.
Publicidad, prestigio y prejuicio
El éxito no habría sido completo sin el ingenio publicitario de Nicomedes, que también había fundado en 1942 la agencia Azor, responsable de campañas memorables como la del Toro de Osborne. A través de una comunicación cercana, sin pretensiones, DYC logró conectar con un consumidor que aspiraba a lo moderno sin renunciar a lo local.
Sin embargo, el fin de la dictadura y la llegada de la democracia abrieron las compuertas a los whiskys internacionales, cuyo prestigio eclipsó a la marca segoviana. DYC pasó a ser visto como una opción menor, de “gente sin clase”, aunque paradójicamente esa misma percepción permitió a la marca dar un golpe sobre la mesa en los años 90 con su campaña “para gente sin complejos”, que devolvió el orgullo al consumidor español de whisky.
Una travesía de fusiones
En 1989, tras la muerte de su fundador, DYC fue puesta a la venta. El gigante británico Allied Domecq ganó la puja frente a competidores como Larios o Seagram. Con nuevos recursos, modernizó la planta y amplió las ventas. Pero en 2005, la compañía fue vendida a Pernod Ricard, que pronto traspasó la marca al grupo Beam Global. No fue el final: en 2014, la japonesa Suntory compró Beam, y con ella, DYC.
La nueva gestión japonesa trajo consigo un giro de enfoque: menos volumen, más calidad. Se perseguía la excelencia antes que la rentabilidad inmediata. Bajo esta nueva visión, DYC lanzó nuevas ediciones más refinadas, intentando sacudirse la etiqueta de whisky barato que arrastra desde hace décadas. No obstante, más de medio siglo después, DYC sigue brindando con la misma idea. Con un vaso en la mano. Sin complejos. Y con mucho carácter.