Por la madrugada del próximo lunes, cuando el alumbrao prenda la Feria de Abril y el Real se tiña de luces y sevillanía, bajo los pies de quienes bailen sevillanas habrá mucho más que polvo dorado; habrá historia, geología y un vínculo milenario con el mar que antaño cubría la campiña andaluza.
El albero, esa tierra que confiere a la Feria de Sevilla su inconfundible estética, esconde en su interior los ecos de un océano desaparecido. Si uno se detiene sobre un puñado de este sedimento ocre, podrá entrever diminutas partículas de restos fósiles marinos que cuentan una historia escrita hace cinco millones de años, durante el Terciario, cuando la actual cuenca del Guadalquivir era una plataforma marina poco profunda.
¿Qué es el albero?
Este material es una calcarenita, una roca sedimentaria exclusiva de esta región del mundo, forjada por la acumulación de sedimentos marinos que, con el paso de las eras, se compactaron hasta convertirse en la tierra que hoy tapiza las plazas de toros, los jardines sevillanos y, por supuesto, el Real de la Feria.
Su composición, rica en calcita, cuarzo, feldespato y goethita –mineral que le otorga ese resplandor entre dorado y albero que enamora a la vista–, lo convierte en un sustrato tan noble como resistente.
El uso del albero
Originario de las canteras de los pueblos alcoreños (Alcalá de Guadaíra, Mairena del Alcor, El Viso del Alcor y Carmona), el uso del albero se consolidó tras la Exposición Iberoamericana de 1929, el albero ya era protagonista en el urbanismo andaluz, en pistas deportivas, patios señoriales, y hasta como revestimiento arquitectónico en lugares como el castillo de Alcalá de Guadaíra, donde la piedra conversa con la historia.
A pocos días del comienzo de la Feria, el albero vuelve a extenderse sobre el Real como cada año, alfombrando la fiesta con una capa que es, al mismo tiempo, belleza y fósil. Porque en Sevilla, incluso la tierra sobre la que se baila tiene siglos de historia bajo sus capas doradas.