Isabel II y el origen de los farolillos de la Feria de Abril de Sevilla

Son frágiles, alegres, perfectamente inútiles en su función práctica, pero absolutamente imprescindibles para entender el espíritu de la fiesta

Los farolillos de la Feria de Abril 7 Eduardo Briones - EP
Los farolillos de la Feria de Abril 7 Eduardo Briones - EP

La arquitectura temporal de las casetas y las calles de albero compone una estética tan reconocible como cargada de historia. Entre todos los elementos que dan forma a la Feria de Abril de Sevilla, los farolillos –esos globos de papel que tiñen el cielo del Real con su cromatismo festivo– constituyen una de sus señas de identidad más visibles. 

Sin embargo, su origen no está enraizado en una larga tradición local, sino en una combinación de influencia oriental, reformas urbanas y decisiones artísticas adoptadas en el siglo XIX.

De feria ganadera 

La Feria de Abril tuvo su primera edición en 1847 como un evento estrictamente comercial. Fue impulsada por los concejales José María Ybarra y Narciso Bonaplata, uno de origen vasco y otro catalán, quienes propusieron recuperar las ferias de ganado en el Prado de San Sebastián. 

La Feria de Abril, como feria de ganado, en sus inicios / FOTOTECA MUNICIPAL DE SEVILLA
La Feria de Abril, como feria de ganado, en sus inicios / FOTOTECA MUNICIPAL DE SEVILLA

Durante sus primeros años, la Feria era eso, un mercado ruidoso, con casetas improvisadas, en el que los ornamentos eran exóticos y el orden brillaba por su ausencia. Las calles carecían de planificación estética y la arquitectura efímera respondía más a la funcionalidad que a la representación.

A celebración popular

Con el paso del tiempo, la Feria fue dejando atrás su carácter estrictamente mercantil. El auge del comercio local, la participación creciente de la burguesía sevillana y la progresiva incorporación de elementos del folclore andaluz transformaron el evento. 

Las mujeres payas comenzaron a imitar el modo de vestir de las gitanas que acudían a vender junto a sus maridos, y las casetas pasaron de ser espacios de transacción a lugares de reunión, música y baile.

Gustavo Bacarisas y las lámparas chinas

El punto de inflexión decorativo llegó en 1877, año en que la reina Isabel II visitó la ciudad. Con el objetivo de presentar una imagen más cuidada del recinto ferial, el Ayuntamiento encargó al pintor hispano-gibraltareño Gustavo Bacarisas la tarea de embellecer las calles de la Feria. Bacarisas se inspiró en las lámparas chinas de papel que había visto en otras ciudades europeas para crear una versión adaptada al gusto andaluz: un farolillo de papel plisado, redondo, de colores vivos y fácilmente reproducible.

Estos primeros farolillos se colgaron en hileras a lo largo de las calles del Real. Eran simplemente decorativos, no tenían luz y estaban hechos de materiales frágiles, pensados para resistir apenas los días que duraba la fiesta.

Del gas al tendido eléctrico

Poco después se intentó dotar a estos adornos de iluminación mediante lámparas de gas, pero la combinación de papel inflamable y llama viva resultó ser un riesgo constante. Los incendios eran frecuentes y el sistema apenas podía mantenerse.

La solución llegó en 1883 con la electrificación del recinto ferial. Ese año se instaló el primer tendido eléctrico de la Feria, lo que permitió incorporar iluminación eléctrica a los farolillos. Paralelamente, el Ayuntamiento aprobó una ordenanza municipal en la que se establecía que el farolillo debía ser un ornamento de uso obligatorio en el Real, dando así carácter oficial a lo que hasta entonces había sido una iniciativa estética puntual.

'Casquillos Feria de Sevilla'

Uno de los detalles más llamativos de esta transformación fue la necesidad de adaptar las bombillas al nuevo uso. La empresa de luz que operaba en Sevilla diseñó un casquillo específico para que las bombillas cupieran dentro de los farolillos sin dañarlos ni provocar sobrecalentamientos. 

Operarios colocan los farolillos en el Real de la Feria de Sevilla   Eduardo Briones   EP
Operarios colocan los farolillos en el Real de la Feria de Sevilla / Eduardo Briones - EP

Ese modelo recibió el nombre de casquillos Feria de Sevilla, denominación que ha perdurado hasta nuestros días.

De adorno decorativo a emblema cultural

A lo largo del siglo XX, el farolillo fue afianzándose como un elemento inseparable de la Feria de Abril. Su imagen no solo define el espacio físico del Real, sino que ha trascendido a la iconografía de la ciudad, ya que aparece en carteles, souvenirs, anuncios turísticos y hasta en expresiones del habla popular. 

Con el tiempo, los farolillos dejaron de fabricarse exclusivamente en Sevilla, pero aún hoy muchas de las fábricas más reconocidas de estos adornos siguen estando en Andalucía, donde se producen en grandes cantidades semanas antes de cada feria.

El alma efímera de la Feria

Hoy, decenas de miles de farolillos cubren las calles del Real, alineados entre bombillas y tensores, creando un techo visual que cobra vida especialmente de noche, cuando la iluminación transforma el recinto en un espectáculo de luz y color. Son, a su manera, la materialización del alma efímera de la Feria. Son frágiles, alegres, perfectamente inútiles en su función práctica, pero absolutamente imprescindibles para entender el espíritu de la fiesta.

Ambiente que se vive en el Real de la Feria   Rocío Ruz   EP
Ambiente que se vive en el Real de la Feria / Rocío Ruz - EP

Desde una inspiración oriental hasta convertirse en patrimonio sentimental de la ciudad, los farolillos de la Feria de Abril son mucho más que decoración. Son historia viva de Sevilla, suspendida en el aire.