Todo el mundo la llama La Pedrera y es uno de los edificios más visitados de Barcelona. Pero lo que pocos saben es que su nombre no es ese, que nunca se terminó y que su arquitecto, Antoni Gaudí, acabó en un enfrentamiento legal con los propietarios.
La historia real del edificio más polémico del modernismo catalán es, cuanto menos, sorprendente.
Su verdadero nombre
Lo primero que se debe saber es que su nombre real es Casa Milà, en honor al empresario Pere Milà y su esposa Roser Segimon, quienes encargaron la obra a Gaudí en 1905. Aunque fue ella quien financió el proyecto gracias a la fortuna heredada de su primer marido, Josep Guardiola, y era, por tanto, la legítima propietaria del edificio, fue él quien acabó dándole su nombre.
“La Pedrera” era, en realidad, un mote despectivo que le puso el vecindario por su aspecto tosco y rompedor, parecido a una cantera a cielo abierto. Con el tiempo, lo que fue una burla se convirtió en su apodo más conocido. Pero este no fue el único conflicto.
Una obra ilegal
Gaudí aceptó el encargo con total libertad creativa, lo que le llevó a desafiar directamente las normativas del Ayuntamiento. El edificio excedía en altura, invadía la acera con sus columnas y violaba varios reglamentos de construcción.
Cuando un inspector municipal le advirtió de estas irregularidades, el arquitecto respondió con sarcasmo: dejó instrucciones para colocar una placa en la fachada que dijera: “El pedazo de columna que falta ha sido cortado por orden del Ayuntamiento”.
A los tribunales
A pesar de todo, el edificio fue declarado excepcional por su valor artístico. Aun así, los Milà tuvieron que pagar una multa de 100.000 pesetas para legalizarlo. Pero lo peor vendría después.
El matrimonio se negó a pagar los honorarios de Gaudí, que llevó el caso a los tribunales y ganó. Para saldar la deuda, Roser Segimon tuvo que hipotecar la casa y pagarle 105.000 pesetas. El artista donó ese dinero a un convento.
La Pedrera está inacabada
Aunque hoy es admirada como una obra maestra, la Casa Milà nunca se terminó como Gaudí la imaginó. Debido a los conflictos económicos, el arquitecto no pudo acabar muchos detalles, sobre todo en la azotea, donde varias chimeneas y torres debían estar recubiertas con trencadís de cerámica, piedra y botellas de cava.
Para la reja perimetral, Gaudí comenzó a diseñar un modelo que seguía la sinuosidad de la azotea. En 1911, como se sabe por las fotografías de los operarios en la azotea, los propietarios decidieron instalar la reja actual, aunque no respondía al diseño que Gaudí hubiera querido. Aun así, la cubierta es uno de los espacios más originales de la arquitectura modernista.
Burlas, sátiras y vecinos VIP
Durante sus primeros años, el edificio fue objeto de caricaturas y burlas públicas. Su diseño rompía con todo lo anterior y generaba incomodidad.
Picarol. l'Esquella de la Torratxa (1912). "El verdadero destino de la casa de Milà y Pi": ser un garaje para zepelines.
Sin embargo, pronto se convirtió en símbolo de prestigio, y alojó a inquilinos como el cónsul argentino Alberto Gache, el príncipe egipcio Ibrahim Hassan, o la Pensión Hispano-Americana. Incluso la familia Baladia, importantes industriales textiles, usaban su piso para dormir después de asistir al Liceo o al Palau de la Música.
Del abandono a la redención
Tras años de decadencia, la Casa Milà fue comprada por la Inmobiliaria Provenza en 1947. Roser Segimon vivió allí hasta su muerte en 1964.
En 1984, fue declarada Patrimonio Mundial por la UNESCO, y desde 1996 está abierta al público como centro cultural. Actualmente, es sede de la Fundación Catalunya La Pedrera, que impulsa investigaciones históricas y la conservación del edificio.