Para adormecer los traumas, los niños de Gaza a veces juegan a recordar. Se preguntan qué comían antes de la guerra, cómo eran sus casas, qué ropa se pondrían si tuvieran ropa nueva. Para los pocos que logran salir y llegar a España, el juego cambia, pero tampoco es fácil.
Los pequeños intentan evocar una vida que ya no existe mientras construyen una nueva sobre los cimientos de la incertidumbre. La devastadora ofensiva israelí ha terminado con más de 63.000 vidas palestinas. Para los que consiguen huir, su odisea no termina al pisar suelo seguro; más bien, se transforma. La lucha por la supervivencia da paso a una batalla silenciosa contra la burocracia, la soledad y un mercado inmobiliario hostil.
No hay vivienda para el refugiado palestino en España
“La gran dificultad, no diré la máxima porque todas lo son, es la vivienda”. La frase, rotunda y cargada de impotencia, es de Anna Figueras, coordinadora Territorial de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) en Cataluña. Su testimonio, junto al de Aitor Molina, técnico de Incidencia y Comunicación de la entidad, desvela que, para un refugiado, encontrar un techo en España --una vez finalizado el periodo de acogida-- es “prácticamente misión imposible”.
La organización, con 40 años de trayectoria en la defensa del derecho al asilo y la acogida de refugiados, se enfrenta a diario a este drama. Como explica Figueras, gestionan parte del sistema estatal de acogida, un programa que debería ser un salvavidas pero que, desde el inicio, presenta escollos que pueden dejar a los más vulnerables en el desamparo absoluto.
El proceso de asilo: “Si no formalizas, te quedas en la calle”
Para una persona palestina que logra salir de Gaza –una proeza que implica sortear fronteras cerradas y pagar sumas desorbitadas a mafias–, el proceso no es automático. Al llegar al aeropuerto, debe manifestar su intención de pedir protección internacional. Pero aquí empieza el primer cuello de botella: “La falta de citas, o sea, el colapso y el tiempo de espera que tienen las personas desde que entran”.
“Si no formalizo, no accedo al sistema de acogida. Si no accedo, tenemos muchas situaciones de calle”, explica Figueras a Consumidor Global. Personas que acaban de huir del horror se ven abocadas a dormir en la calle o a depender de redes de apoyo precarias mientras esperan un simple trámite administrativo.
Una vez dentro del sistema
Una vez dentro del sistema, se les asigna una plaza en cualquier punto del territorio español, ya sea en un centro o en un piso compartido. Comienza entonces un itinerario de inclusión que dura entre 18 y 24 meses. Durante este tiempo, CEAR ofrece clases de idioma, apoyo psicológico, asistencia jurídica y orientación para una futura inserción laboral. Y el acceso a la vivienda, pilar fundamental para cualquier proceso de integración, se ha convertido en una auténtica quimera.
Según los últimos datos del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, España tiene en el sistema de acogida a medio millar de personas que han huido de Gaza y Cisjordania.
El muro del alquiler: “A este tipo de personas no las quiero”
Cuando finaliza el periodo de acogida y llega el momento de buscar una vida independiente, se topan con el muro del alquiler. “Nos encontramos con un racismo creciente y un rechazo frontal por parte de los propietarios”, denuncia Molina. El problema no es solo la escasez de oferta o los precios desorbitados de ciudades como Barcelona o Madrid; es la discriminación.
CEAR se apoya en datos para sostener esta afirmación. Un estudio reciente de Provivienda reveló que el 99% de las inmobiliarias admitían prácticas discriminatorias por origen racial. Los argumentos de los propietarios, a menudo transmitidos sin tapujos por las agencias, son demoledores: “A este tipo de personas no las quiero”.
El impacto en la salud mental
Para una familia refugiada, las barreras son casi insalvables, pues no tienen nóminas estables, carecen de avalistas, no pueden adelantar varios meses de fianza y, a menudo, el único ingreso es una prestación social insuficiente. A esto se suma el estigma de su origen y la barrera idiomática. “Es una tormenta perfecta que les expulsa del mercado”, lamenta Figueras.
A esto se suma la carga emocional. Los refugiados son personas que han vivido situaciones de violencia y persecución extremas. El proceso de asilo les obliga a revivir sus traumas, a “explicar todas sus miserias una y otra vez”, en un ejercicio de constante revictimización. El impacto en la salud mental es brutal, especialmente para aquellos que han dejado a su familia atrás, en Gaza, y viven con la angustia de no saber si siguen vivos.
La solidaridad selectiva: “Para Gaza no hay voluntarios”
La situación actual contrasta dolorosamente con la respuesta social que generó la invasión rusa de Ucrania. “Con los ucranianos estábamos desbordados”, recuerda Molina. La sociedad se volcó, las administraciones agilizaron los permisos de protección temporal y surgieron grupos de voluntarios por todas partes. “Ahora estamos en un momento completamente opuesto. Para Gaza no hay voluntarios suficientes”, apostilla el técnico de Incidencia y Comunicación de CEAR.
“Con la situación de Ucrania, tuvimos llamadas incesantes, donaciones de todo tipo –desde libros y material escolar hasta ropa– y una oferta masiva de acogida por parte de la ciudadanía”, subraya Molina. Esta “fatiga de la solidaridad” deja a los refugiados palestinos en una situación de mayor invisibilidad y desamparo. La respuesta no es la misma, ni a nivel ciudadano ni institucional. A la angustia por la familia que sigue atrapada en la Franja, bajo las bombas y la hambruna, se suma la frustración y la soledad de una acogida indiferente.
Cómo puede ayudar la ciudadanía
Tanto Anna Figueras como Aitor Molina insisten en que la colaboración ciudadana es fundamental para cambiar esta realidad. Una de las vías más directas es la incidencia política a través de la recogida de firmas para exigir el fin del comercio de armas con Israel y el cumplimiento de las resoluciones de Naciones Unidas. “A día de hoy ya se han recogido más de 205.000. Solamente hay que entrar en la página web de CEAR y firmar la petición”, señala la coordinadora Territorial de la comisión.
Las donaciones económicas son otra herramienta de gran utilidad. La entidad tiene en marcha la campaña El abrazo más esperado, destinada a financiar la reagrupación familiar de personas refugiadas. Con esta ayuda, se cubren los costes del traslado, los billetes de avión y la manutención de las familias mientras duran los trámites, aliviando la carga económica que supone para quienes ya se encuentran en una situación precaria. Actualmente, han recaudado 26.112 euros, aunque el objetivo es alcanzar los 50.000 euros.
Cómo hacerse voluntario
El voluntariado se presenta como una opción muy versátil y necesaria. Cualquier persona puede colaborar acompañando a los refugiados a realizar gestiones básicas como empadronarse, obtener la tarjeta sanitaria o abrir una cuenta bancaria. Como resume Molina, “en realidad es un voluntariado muy abierto” y existen “muchas opciones para involucrarse”.
Toda la información para hacerse socio, donar o ser voluntario se encuentra detallada en la página web de CEAR.
La bienvenida no puede ser una pancarta
Así, el juego de los niños que logran llegar a España cambia. Ya no se trata de recordar qué comían antes de la guerra, sino de aprender a navegar los pasillos de un supermercado desconocido. Ya no evocan su antigua casa, sino que sueñan con una habitación propia, lejos de un piso compartido o un centro de acogida. Su lucha, y la de sus padres, se convierte en la prueba de fuego para una sociedad que en 2015 empapeló sus ayuntamientos con el lema Refugees Welcome.
Pero la bienvenida no puede ser solo una pancarta que se descuelga. Es urgente e imprescindible un contrato social que se cumpla garantizando uno de los derechos humanos más básicos: un hogar.