El campo de refugiados 'Rusia', un testimonio sobrecogedor de la Guerra Civil española
Las ruinas del viejo pueblo de Belchite y los barracones vecinos son dos lugares de visita obligada por su singular relevancia para la memoria histórica

“Escapad gente tierna / Que esta tierra está enferma (...) Si yo pudiera unirme / A un vuelo de palomas / Y atravesando lomas / Dejar mi pueblo atrás / Os juro por lo que fui / Que me iría de aquí / Pero los muertos están en cautiverio / Y no nos dejan salir del cementerio”, rezan los versos de la canción Pueblo Blanco, compuesta por Joan Manuel Serrat e inspirada en el pueblo de donde era originaria su madre: Belchite.

Los abuelos maternos y los tíos del cantautor del Poble-Sec fueron fusilados por los falangistas durante la Guerra Civil española junto a la tapia del cementerio del pueblo aragonés. Ángeles, la madre de Serrat, huyó a Barcelona siguiendo las vías del tren. Al finalizar la contienda, Franco ordenó no reconstruir el pueblo en ruinas y levantar uno nuevo al lado. Un año antes, todavía en plena lucha, se levantaron los 15 barracones del campo de refugiados Rusia, un lugar de singular relevancia para la memoria histórica que se mantiene impasible al paso del tiempo, como un testigo mudo del horror.
La construcción de los barracones junto a Belchite
En marzo del 38, las tropas franquistas tomaron Belchite, que estaba en manos del Ejército Popular de la República desde agosto del año anterior. En ese momento, Franco se dirigió a sus tropas y a los vecinos con las siguientes palabras: “Yo os juro que acabada la guerra sobre estas ruinas de Belchite se edificará una ciudad hermosa y amplia como homenaje a su heroísmo sin par”. Y los medios publicaron: “Belchite será la nueva Numancia”.

Un par de meses después, “la Falange decide iniciar la construcción de un campamento para 'los flechas' (jóvenes de 10 a 13 años afiliados voluntariamente) frente al seminario”, detalla el historiador aragonés Jaime Cinca. De ahí que las naves tengan el diseño de una especie de cuartel militar.
De campamento falangista a campo de refugiados
“El problema surge cuando algunos vecinos de izquierdas, que mayoritariamente habían huído a Cataluña, regresan a Belchite y se encuentran sin casa porque su vivienda ha sido destruida o la ha ocupado uno del otro bando”, expone Cinca, autor del libro El viejo Belchite: La agonía de un pueblo.

Así fue como Auxilio Social, la organización enmarcada en la Falange Española de las JONS, “se hizo cargo de la situación y los barracones recogieron a la gente que tenía su casa en ruinas”, apunta el historiador.
¿Por qué se le puso el nombre de Rusia?
Cada uno de los 15 barracones se dividió en varias viviendas donde fueron alojadas las familias del pueblo de ideología izquierdista.
“Dicen que una tarde vieron al gracioso del pueblo que iba con sus muebles al campo y uno le preguntó: ‘¿Dónde va?’. ‘A Rusia’, le dijo él con acento maño. Y ahí nace el nombre del campo de refugiados”, recuerda Cinca sobre el origen de Rusia, que tiene que ver con los que perdieron la guerra.
El lugar
Si uno toma la carretera A-222 desde Belchite y pasa las ruinas del seminario, al comenzar la subida de la carretera debe desviarse por un camino a la izquierda y encontrará el campo de refugiados Rusia.

“Había una capilla, un depósito de agua, una tienda de víveres, el bar… Y todo se mantiene en pie porque es una construcción muy sólida, hecha con adobe de cemento, maciza. Las construcciones están a medio camino entre un antiguo poblado industrial, de los que construían cerca de las minas para los trabajadores, y un cuartel militar”, describe el historiador.
Un relato “sobrecogedor” de la Guerra Civil
En la actualidad, si alguien se acerca por vez primera a Belchite o al campo de refugiados y ve lo que allí permanece, se sorprenderá. La destrucción y el abandono total del viejo pueblo contrastan con las edificaciones de Rusia, donde algunos barracones tienen la puerta rota y se puede acceder al interior. “Aún se conservan parte de los tabiques que separaban los barracones. Es curioso ver el pequeño recibidor, la cocina, el aseo... Cada vivienda tenía unos 50 metros cuadrados”, comenta Cinca. Y la reflexión necesaria aflora en la mente.
“Es un lugar de una enorme importancia para la memoria histórica. Es un testimonio que, al visitarlo, sobrecoge y te transmite la agonía que vivió la gente del pueblo durante la Guerra Civil y los años posteriores. ¿Qué sentido tienen las guerras? Tanto en Belchite como en Rusia, hablamos de historia y del absurdo de la guerra. De destrucción”, apostilla el historiador.
Los años del hambre
El campo de refugiados Rusia “responde a varias cosas”, matiza el director del Máster de Historia Contemporánea de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) Jaume Claret, quien recuerda que, en aquellos años de la primera posguerra, “España entera era una inmensa prisión”.
“Rusia es un intento del régimen franquista por controlar a la población e impedir la inmigración, igual que había hecho el régimen estalinista”, asegura Claret. Además, la población había sufrido una serie de penurias que la hacía especialmente vulnerable, y la política económica de Franco, basada en la autarquía, “no priorizaba alimentar a los sospechosos de ser izquierdistas”. Así fue como aquella gente fue dejada de la mano de Dios, “y sobre ellos cayó el olvido, un olvido que incluía la muerte. Porque muchos fallecieron allí debido a las condiciones de vida extremas. Los años del hambre, como se conoce la época que va de 1939 a 1951, no es un título vacío”.
El olvido presente
Recientemente, las ruinas de Belchite han sido incluidas en el World Monuments Watch 2025 por los “graves” problemas de conservación que padecen tras más de 80 años de abandono.
“Me parece deplorable. Se encuentra en un estado de ruina natural provocado por la desidia de los políticos. No hay que dejar que la ruina avance tan rápido. El Ayuntamiento debería de ponerse manos a la obra y sellar los muros de los edificios más sólidos, de tipo religioso, para evitar que el agua se cuele por las grietas, se hiele durante el invierno y el muro se desmorone y caiga”, aconseja Cinca para salvar lo poco que queda en pie del viejo Belchite, un lugar de visita obligada, porque “al andar, se hace camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”.