Jean Dubuffet creía que no existía el verdadero arte sin embriaguez, así que no concebía que existieran personas que hablasen del mismo con fría “serenidad”. Consideraba, de hecho, que uno no debería decirle a un amigo “ahora iré a ver un cuadro” sin que le castañeasen los dientes y sin que la emoción reverberase por su cuerpo; sino que lo acertado sería asumir la capacidad hechizante de la experiencia y afirmar: “Dentro de un rato, iré a ver al mago para que me convierta en ratón”.
No obstante, para que el arte se exhiba, se compra y se venda hace falta serenidad. Incluso calculadoras y tablas de Excel. Hablar de cifras y números en el contexto del arte puede parecer frío, reduccionista e incluso inapropiado, pero también es una manera de apostar por el mismo, en un sentido amplio. De implicarse. De continuar creyendo en el encantamiento.
La Bibi + Reus
Es lo que hacen La Bibi + Reus, dos galerías emblemáticas de Mallorca que ahora se han aliado para unir fuerzas “en un mercado internacional cada vez más competitivo y globalizado en el que resulta complicado medirse con las megagalerías”, indican. Así, Fran Reus (Palma, 1978) y Miquel Campins (Palma, 1988) aúnan los más de 20 años de experiencia en el mundo del arte del primero y el enfoque rompedor y experimental de La Bibi, proyecto de Campins.
“Ahorramos en burocracia y gastos administrativos y ofrecemos a artistas y coleccionistas la experiencia de dos galerías que han sido un referente local para competir en el mercado del arte”, aseguran.
Evolución de la profesión
“Cuando abrí la galería en 2003, con 24 años, efectivamente fue como lanzarse a la piscina sin saber muy bien qué profundidad tenía. No venía de familia del sector ni tenía grandes referentes cercanos, pero tenía claro que quería crear un espacio para el arte contemporáneo en Mallorca, con vocación de continuidad”, cuenta Fran Reus a Consumidor Global.
Desde entonces, considera, la profesión de galerista ha cambiado muchísimo. Antes el foco estaba puesto casi exclusivamente en el espacio físico y en las exposiciones que se programaban, y hoy la galería “es un punto de partida, pero el trabajo se extiende a ferias, producción de obra, acompañamiento curatorial, residencias, publicaciones y redes internacionales”.
La figura del galerista
Por tanto, Reus cree que son “agentes culturales, mediadores, gestores, editores y, muchas veces, impulsores de procesos largos y complejos. La figura del galerista se ha vuelto mucho más transversal, y también más exigente, pero eso lo hace apasionante”, asegura.
Precisamente al respecto de la pasión, este experto cree que se mantiene viva porque lo que manejan nace de impulsos creativos profundos, genuinos. “Cuando trabajas con artistas que están comprometidos con su práctica, que investigan, que se arriesgan, eso te contagia. Cada exposición, cada proceso de producción, cada conversación, es distinta, y eso impide que este trabajo se vuelva rutinario”, defiende.
Conexión emocional
También ayuda, reconoce Reus, poder ir adaptando el proyecto a los tiempos y a las propias inquietudes de uno. “En estos años hemos crecido, nos hemos transformado, y proyectos como La Bibi + Reus nos han permitido abrir nuevos caminos y seguir generando energía. La conexión emocional con los artistas y con la obra es clave para sostener esta dedicación a lo largo del tiempo”.
Esa conexión se extiende, como una suerte de hilo mágico, a ciertos compradores. “Cuando una obra se va con alguien con quien tenemos una buena relación, hay algo muy bonito en juego: una mezcla entre alegría, complicidad y cierta nostalgia. Las piezas que exponemos suelen tener un valor emocional, porque conocemos el proceso que hay detrás, hemos seguido al artista de cerca y, muchas veces, hemos estado implicados en la producción. Así que cuando una de esas obras se coloca en manos de alguien que la va a cuidar, que la entiende o que la desea profundamente, es muy gratificante”.
Ventas y coleccionistas
Preguntado por su primera venta importante, el galerista mallorquín arguye que la recuerda no tanto por la cifra (que tampoco era desorbitada), sino por lo que significó: “La validación de una apuesta personal y profesional. Fue un punto de inflexión que me ayudó a confiar más en el camino que había elegido”.
Con el paso del tiempo, Reus ha logrado que sus clientes tengan un perfil muy diverso, algo que es mucho más que una estrategia comercial y que puede interpretarse como un fecundo signo de vitalidad. Así, trabajan tanto con coleccionistas institucionales o con trayectorias largas como con personas que hacen su primera compra de arte. “Hay también coleccionistas internacionales que nos conocen a través de ferias, y otros que se acercan por curiosidad desde el propio contexto local o regional”, asegura.
Más allá del valor económico
Con todo, su interés principal es llegar a nuevos públicos: “gente joven o con sensibilidad contemporánea, que no ve el arte como una inversión especulativa, sino como una experiencia vital. Personas que quieren convivir con las obras, que se sienten interpeladas por lo que muestran o por cómo lo hacen”, describe.
Con La Bibi + Reus, los galeristas han buscado precisamente ampliar esa base de público, “generando un ecosistema más abierto, más poroso, donde pueda participar también quien nunca se ha sentido ‘coleccionista’ en el sentido tradicional”.
Fisuras en el paraíso
No obstante, aunque en ocasiones el arte apele a valores y a cuestiones universales, no es lo mismo ejercer la labor de galerista en Mallorca que hacerlo en Dubái o en Londres. Determinados contextos pueden ser determinantes. Al respecto, La Bibi + Reus acogió recientemente la exposición Pærdís, del artista An Wei, que exploraba la tensión entre naturaleza y civilización y abordaba “las problemáticas relaciones humanas con la idea del paraíso”.
Se mencionaba el concepto de jardín cerrado y cómo la humanidad continúa creando barreras. Son temas que parece imposible no vincular con la propia situación de Mallorca, una isla hasta hace no tanto paradisíaca para muchos locales, que se enfrenta a la paradoja de su propia popularidad corrosiva, con una crisis de vivienda demoledora.
Crisis de vivienda alarmante
Estas problemáticas, dice Reus, resuenan muchísimo en su galería. “Mallorca lleva décadas proyectándose como paraíso, pero esa imagen está cada vez más en tensión con la realidad cotidiana de quienes vivimos aquí. La crisis de vivienda es alarmante, el territorio cambia a un ritmo muy agresivo y se están perdiendo referentes comunitarios que sostenían la vida social y cultural de la isla”, expone.
Esto, prosigue, tiene un impacto directo en el arte, en los artistas y en su propio trabajo: “Acceder a un espacio, mantener un proyecto independiente o simplemente habitar aquí con dignidad se ha vuelto complicado. Pærdís abordaba estas tensiones desde lo simbólico, pero inevitablemente se conectaba con el contexto insular”, agrega.
Dinámicas de expulsión
Así, el jardín cerrado del que hablaba An Wei “era una metáfora potente de esa pulsión por controlar, delimitar, proteger... pero también por excluir. Esa lectura se amplifica cuando la trasladamos a Mallorca, donde la idea de paraíso ha acabado generando dinámicas de expulsión. Desde la galería intentamos que lo local no sea solo un decorado, sino una realidad activa que atraviesa nuestras decisiones curatoriales, nuestra forma de trabajar y los vínculos que construimos”.
Conscientes de ello, el local que ocupan en Palma está en una zona comercial, no residencial, y eso también tiene sus implicaciones. “No estamos en un barrio obrero, lo que afecta tanto a la relación con el entorno como al precio y a la sostenibilidad. No dejamos de ser conscientes de estas tensiones urbanas y sociales”, remarca Reus.
Desde Mallorca, con Mallorca
Asimismo, la importancia del tejido local también se pone de manifiesto en las decisiones curatoriales. “Son fundamentales para nosotros nombres como Fátima de Juan, Bel Fullana, Alejandro Javaloyas, Grip Face, Maite y Manuel o José Fiol. Ellos no solo forman parte del programa expositivo, sino del propio tejido que sostiene la galería: desde Mallorca, con Mallorca, pero también con una mirada amplia hacia fuera”, indica.
Otro punto interesante de La Bibi + Reus son las residencias artísticas que ofrece para creadores. Para muchos de ellos, dice el galerista, acceder a una significa tener un tiempo de calidad para pensar, para experimentar, para alejarse de lo inmediato. “Es un paréntesis productivo. Y también es una oportunidad de entrar en contacto con otro lugar, con otras formas de vida, con otros lenguajes. En nuestro caso, llevamos ofreciendo residencias desde 2018, y con La Bibi + Reus hemos potenciado mucho ese formato. No se trata solo de ofrecer alojamiento o un estudio: se trata de crear un contexto de acompañamiento, de conversación, de comunidad”.