En uno de sus poemas recogidos en De claro en claro, Gabriel Celaya recordaba ciertos momentos luminosos en los que salía a la calle “silbando alegremente”. Lo hacía con “el pitillo en los labios” y, lo que es más importante, “el alma disponible”. Diez años después de la publicación del libro, Joel Meyerowitz (Nueva York, 1938) visitó Europa, y lo hizo también con el alma disponible. Recorrió con su coche más de 30.000 kilómetros y se empapó del Viejo Continente armado con unos 700 carretes, la mitad en blanco y negro y la otra mitad en color.
Ahora, el Fernán Gómez-Centro Cultural de la Villa (Madrid) acoge una espléndida exposición con más de 200 imágenes de ese viaje en el marco de PHotoESPAÑA 2025. El festival ha otorgado el máximo galardón del evento, el Premio PHE, a la trayectoria profesional de esta “figura clave en la historia de la fotografía”, que “transformó el medio con su uso pionero del color, cuando la fotografía artística estaba dominada por el blanco y negro”. La muestra se puede visitar de forma gratuita hasta el 13 de julio.
Un festín para los ojos
En Meyerowitz, que tenía 28 años cuando se embarcó en esta travesía, late un anhelo de verlo, de capturarlo y de contarlo todo. Por eso, la exposición es un festín para los ojos: escenas como el encuentro en carretera con una familia francesa o con un ciclista que le sale al paso, al que captura desde su Volvo en marcha; encuadres desenfocados, familiares, amigos, parejas, bares y, sobre todas las cosas, una ráfaga refrescante y genuina de vida.
Captura un París elegante, pero de algún modo accesible y hasta con una brizna de ingenuidad (o quizá simplemente era una ciudad con un menor desarrollo tecnológico que formaba parte de una Europa que sí creía en ella misma) una boda en Irlanda (cuyos habitantes le resultaron a Meyerowitz mucho más generosos que los británicos), y un funeral en Saint-Germain; un desgastado monumento con la hoz y el martillo en Bulgaria y una pareja en moto en Grecia. Epifanías mínimas que no se daban importancia. “Mientras caminaba, las cosas se me aparecían”, llegaría a decir el fotógrafo americano.
“Una ventana a las oportunidades del futuro”
“Después de muchos años hablando con él, y habiéndole visto reaccionar a la realidad de las cosas que suceden, creo que es como una venta abierta a las oportunidades del futuro. Es un hombre que está expectante, que lo que ha hecho es caminar”, explica a Consumidor Global Miguel López-Remiro, comisario de la muestra y Director Artístico del Museo Picasso Málaga, donde se expuso por primera vez.
También son frecuentes los chispazos de ironía. Por ejemplo, en Turquía, Meyerowitz fotografía, desde atrás, un carro que transporta víveres esféricos (¿Melones? ¿Sandías), y lo curioso es que el conductor es un hombre calvo, de modo que la redondez de su rostro está en sintonía con la de las frutas. En otra imagen, un cartel reza ‘Strictly Private’, pero tras él aparece una playa, con la sugerente libertad del mar.
La cámara como artefacto
“No voy a decir de land art, pero sí es un artista que transita por una geografía que es el mundo, y recibe y se deja recibir", describe el comisario.
"Creo que es interesante entender a un fotógrafo como alguien que transita y que tiene un artefacto, que es una cámara de fotos, con el que es capaz de grabar o de capturar ese instante decisivo. En parte por eso él ha hablado muchas veces del artista autorretratando su reacción a lo que le rodea”, agrega.
España y Málaga
El fotógrafo también pasó por España. En Madrid le inquietó la “atmósfera opresiva” que motivaba la omnipresencia de la Guardia Civil. En Málaga, donde pasó seis meses, tuvo como cicerones y amigos a los Escalona, una de las familias flamencas tradicionales de la ciudad (para un espectador joven, la foto que les tomó podría recodar al sarao que monta C. Tanga en su Tiny Desk). De esos hombres con solera malagueños con los que interactuó, Meyerowitz diría que tenían “flexibilidad” y “solidez”, dos cualidades que admiró y que contribuyeron a su propia formación personal.
Cuando López-Remiro contactó con el fotógrafo por primera vez, tras descubrir una serie de fotografías, desconocía que hubiese pasado tanto tiempo en Málaga. Así, la gestación de la exposición fue “una especie de metaviaje” en el que el fotógrafo referenciaba la ciudad “como un lugar mágico y de esperanza, aunque lo hubiese visitado en un momento muy oscuro de la Historia de España. Él percibió en Málaga, en concreto, una especie de vitalidad y de señorío, una suerte de actitud muy elegante hacia la vida y hacia lo sensible, que se dejaba sentir también en la música o en el característico duende andaluz”, narra.
El último pionero de la foto
Ahora, a un Meyerowtiz de 87 años le resulta “mágico” ser premiado por PHotoESPAÑA y regresar a unas imágenes que tomó hace casi 60 años. “Hay historiadores que se han referido a él como el último pionero de la foto, por ese uso del color y por esa utilización performativa de la cámara. Es uno de los fundadores de la Street photography, nadie había hablado de ese concepto hasta que él y Garry Winogrand empezaron a hacerlo”.
Forma parte, cuenta López-Remiro, de una generación de artistas que se formaron como pintores, pero que al mismo tiempo sabían que quizá era el momento de abordar otras disciplinas. “Él habla muchas veces de que es casi un pintor en el espacio que lleva una cámara de fotos”, cuenta. Por todo ello, aunque suene exagerado, uno sale de la exposición radiante, con la voluntad de tratar de hacer lo que hizo Meyerowitz: echarse a ver. Echarse a vivir.