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El kiwi ayuda a ir al baño con normalidad en situaciones normales si eres normal

Los alimentos no tienen superpoderes, aunque la etiqueta lo sugiera. El kiwi, el calcio o el hierro cumplen las funciones fisiológicas de siempre, pero ahora el kiwi lo podrá hacer también con una autorización legal que la industria aprovecha al máximo

Juan Revenga

El consultor dietista-nutricionista Juan Revenga escribe sobre los ultraprocesados / Fotomontaje CONSUMIDOR GLOBAL

Hace unos pocos días, la Comisión Europea autorizó una nueva declaración de salud para el kiwi: “Contribuye al funcionamiento normal del tránsito intestinal”. El titular, que suena fresco y verdoso —la autorización solo refiere al kiwi verde— ha sido recogido con entusiasmo en los medios. Parece que ya tenemos un alimento que nos ayuda con un asunto tan delicado como ir al baño, pero ¿acaso no lo teníamos antes o solo este logra este prodigio? ¿Acaso no es eso lo que siempre ha hecho el kiwi?

Sí, el kiwi tiene fibra, agua, actinidina (una enzima propia de esta fruta) y componentes que favorecen un tránsito intestinal saludable. Pero lo que hace el kiwi no es un prodigio escondido, es simplemente ejercer sus funciones fisiológicas, las de toda la vida.

En este artículo quiero poner sobre la mesa una idea incómoda pero fundamental: los nutrientes y los alimentos hacen cosas... normales. Y por más que los reglamentos comunitarios les concedan una autorización, no por eso nos dotan de superpoderes.

Una persona se dispone a pelar un kiwi / FREEPIK

Lo que dice la ley: normalidad ante todo

El reglamento europeo que regula las declaraciones de propiedades saludables (Reglamento UE 432/2012) funciona, en la práctica, como un inventario oficial de lo que los nutrientes y los alimentos hacen en el organismo.

Si repasamos la lista —son dos centenares largos de declaraciones autorizadas—, encontraremos una muletilla repetida hasta la saciedad: contribuye al funcionamiento normal…

  • El calcio es necesario para el mantenimiento de los huesos en condiciones normales.
  • El hierro contribuye al funcionamiento normal del sistema inmunitario.
  • La vitamina D contribuye al mantenimiento de niveles normales de calcio en sangre.
  • La vitamina A contribuye al mantenimiento de la visión en condiciones normales.

La palabra “normal” aparece tantas veces que más parece una clase de fisiología que un texto legal. Bien mirado, este Reglamento podría observarse como un tratado de fisiología condensado, pero con estructura jurídica.

¿Y por qué esa obsesión con lo “normal”? Porque el propósito de la ley es evitar exageraciones. La Comisión Europea no quiere que un fabricante sugiera que su yogur con calcio te dará una estructura ósea de adamantium, como Lobezno en los X-Men. O que un cereal con hierro te convertirá en inmune a todas las infecciones, como si fueras un superhéroe blindado contra los virus. El mensaje autorizado es mucho más modesto: esos nutrientes ayudan a que tu cuerpo funcione como debe, ni más ni menos.

El espejismo del superpoder

El problema es que, aunque la letra de la ley sea prudente, la música del marketing suena distinta.

Cuando un consumidor lee en un envase “contribuye al tránsito intestinal normal” o “contribuye al mantenimiento de la visión normal”, rara vez se queda con la parte de la normalidad. El consumidor retiene dos elementos: el verbo (contribuye, ayuda, favorece) y la acción sobre el sistema, órgano o función (visión, huesos, glucemia). Lo de “normal” desaparece. De ahí a pensar que tal alimento tiene un efecto casi terapéutico hay solo un paso. Un paso que se da con agilidad y frecuencia.

Los fabricantes lo saben y juegan con ese sesgo. El resultado es una paradoja: el reglamento, que nació para poner límites, acaba allanando el camino para investir a nutrientes y alimentos con un halo de poderes extraordinarios. Así, el kiwi pasa a ser casi un laxante natural legalmente reconocido. La leche —por su calcio, entre otros— se erige como una garantía de huesos fuertes y sanos. El hierro y el fósforo —entre otros— se convierten en garantes de una mente prodigiosa. Y así sucesivamente.

Una obviedad con certificado oficial

No sé si te has percatado, pero los alimentos/nutrientes no empezaron a cumplir las funciones descritas en el Reglamento UE 432/2012 el día que la Comisión Europea las autorizó.

El calcio ya contribuía a formar huesos normales en la época de nuestros abuelos (y de los suyos, y de estos, y de aquellos...), cuando no había reglamento. El hierro ya participaba en el transporte de oxígeno hace 400 millones de años. La vitamina C ya contribuía a la formación de colágeno mucho antes de que existiera la EFSA. Y el kiwi, por supuesto, ya ayudaba a ir al baño antes de que se redactara un solo artículo en el Diario Oficial de la Unión Europea. El reglamento no cambia la fisiología humana. Solo pone en papel lo que la ciencia ya sabe desde hace décadas.

No son los únicos, ni los mejores

Otro matiz importante: cuando un alimento (o un nutriente presente en ciertos alimentos) recibe luz verde para lucir una declaración de salud, eso no significa que sea el único capaz de cumplir esa función.

El calcio no está solo en la leche; también en las sardinas, las almendras, el brócoli o las legumbres. El hierro no solo se encuentra en los cereales enriquecidos, sino también en las lentejas, la carne roja o los moluscos. Y, por supuesto, el kiwi no es la única fruta con fibra soluble que favorece el tránsito intestinal: ahí están las ciruelas, las peras, los higos o, sin ir más lejos, las legumbres. Pero sí, a día de hoy el kiwi verde es el único que puede mencionarlo legalmente.

Una higuera y cajas de higos / MERCADONA

Pero en el imaginario del consumidor, la autorización de una alegación crea un efecto de exclusividad: como si el kiwi fuera la fruta para el baño, o la leche la fuente insustituible de calcio. Es una distorsión peligrosa porque empobrece nuestra visión de la dieta.

Entre la fisiología y la publicidad

Llegados a este punto, se impone una reflexión: ¿A quién sirve más el Reglamento UE 432/2012? ¿A los consumidores o a la industria?

Sobre el papel, protege al ciudadano de mensajes exagerados o engañosos. Pero en la práctica, también ofrece a los fabricantes un catálogo de frases autorizadas que, aunque anodinas en su literalidad, funcionan de maravilla en el envase o en los anuncios. “Contribuye a un funcionamiento normal” suena aburrido en un texto legal, pero brilla en un spot de televisión. Y el consumidor, deseoso de agarrarse a certezas en un mar de dudas alimentarias, compra con más tranquilidad aquello que lleva el sello oficial. El resultado es que los alimentos parecen dotados de habilidades especiales. Como si cada nutriente llevara consigo un superpoder escondido en la etiqueta.

La normalidad nunca depende de un solo actor

Cuando hablamos de “funcionamiento normal” de cualquier sistema fisiológico, conviene recordar algo básico: nunca depende de un único elemento. La salud es un engranaje en el que intervienen múltiples piezas, y ninguna por sí sola alcanza el resultado deseado.

Volviendo al ejemplo del tránsito intestinal, la facilidad o frecuencia con la que vamos al baño no se decide únicamente por si comemos o no kiwi. Entran en juego factores genéticos que marcan nuestra predisposición, el grado de actividad física, el nivel de hidratación, la presencia de estrés o ansiedad, el uso de ciertos medicamentos, la calidad global de la dieta y, dentro de ella, el aporte de fibra… en el que el kiwi es solo uno de los muchos actores posibles.

Lo mismo ocurre si hablamos de otros sistemas. La salud ósea no depende exclusivamente del calcio: necesita vitamina D, actividad física, exposición solar, proteínas y un entorno hormonal adecuado. El control de la glucemia no es solo cuestión de comer hidratos “adecuados”: entran en juego la insulina, la actividad física, el peso corporal, el sueño y hasta el estrés. La respuesta inmune, por su parte, se ve afectada por decenas de nutrientes, pero también por factores ambientales, infecciones previas, edad, genética y un largo etcétera.

Es decir, cuando la etiqueta dice que un nutriente “contribuye al funcionamiento normal” de tal o cual función, lo que realmente señala es que ese elemento participa en una orquesta mucho más amplia. Pretender que una sola pieza toque toda una sinfonía es, sencillamente, irreal y ridículo.

Volviendo a lo esencial

El caso del kiwi debería servirnos como recordatorio. Sí, ayuda a ir al baño… normalmente. Ni más ni menos. No es un pasaporte a la regularidad eterna ni un remedio mágico contra el estreñimiento crónico. Es simplemente una fruta que, junto a muchas otras, aporta fibra y nutrientes que favorecen el tránsito intestinal.

Y lo mismo vale para el resto de alimentos y nutrientes con declaraciones autorizadas. El calcio no es un blindaje heroico contra fracturas. El hierro no convierte tu sistema inmune en una muralla inexpugnable. La vitamina A no te hará ver con visión nocturna como si fueras un gato.

La genética y el entorno de cada cual, incluidos los alimentos, son piezas de un engranaje complejo, el cuerpo humano, que necesita de un equilibrio más que de etiquetas complacientes.

Porque los alimentos y sus nutrientes no nos van a hacer súper. Y, como decía Síndrome en Los Increíbles: cuando todo el mundo sea súper, nadie lo será.