David Sinclair, profesor de genética y codirector del Centro Paul F. Glenn para la Biología del Envejecimiento en Harvard, es reconocido mundialmente por sus investigaciones sobre los mecanismos biológicos que influyen en el envejecimiento. Entre las conclusiones más llamativas de su trabajo, destaca una recomendación simple pero contundente: reducir la frecuencia de las comidas.
Su propuesta cuestiona la arraigada costumbre de desayunar, comer y cenar a horas fijas todos los días. Para Sinclair, la clave no está únicamente en seleccionar alimentos saludables, sino también en prestar atención al momento en que se ingieren. Según explica, cuando dejamos intervalos más largos entre comidas, el cuerpo activa sus sistemas naturales de reparación celular, desviando energía hacia la regeneración en lugar de centrarla solo en la digestión.
El consejo de un experto en longevidad que podría cambiar la forma en la que comes: hormesis y autofagia
La base de este planteamiento se encuentra en la hormesis, un fenómeno que ocurre cuando el organismo se expone a un nivel controlado de estrés. En el caso de la alimentación, la “escasez” temporal de nutrientes obliga a las células a optimizar sus recursos y a poner en marcha mecanismos de defensa.
Uno de los procesos más importantes asociados a la hormesis es la autofagia, una especie de programa interno de limpieza que elimina restos celulares, proteínas defectuosas y orgánulos dañados. Este reciclaje interno es fundamental para prevenir la acumulación de residuos que aceleran el envejecimiento y para mantener una función celular óptima.
Sinclair explica que, en nuestros ancestros, este mecanismo era esencial para sobrevivir a periodos de escasez de alimento. Hoy, en un contexto de abundancia constante, podemos imitar ese estímulo de manera controlada mediante la reducción de comidas o la práctica de ayuno intermitente.
Ayuno intermitente: una estrategia al alcance de todos
Lejos de proponer dietas estrictas o restrictivas, el investigador sugiere incorporar el ayuno intermitente como una herramienta sencilla y adaptable a la vida moderna. Este patrón consiste en alternar periodos de ingesta con lapsos prolongados sin comer, permitiendo que el organismo active sus sistemas de mantenimiento y reparación.
Existen diferentes modalidades, como el ayuno de 16 horas diarias con una ventana de alimentación de 8 horas, o el ayuno en días alternos. Lo importante, según Sinclair, es encontrar un esquema que se ajuste al estilo de vida y que pueda mantenerse a largo plazo sin causar estrés excesivo o déficit nutricional.
El científico estima que, en algunas personas, este enfoque podría aumentar la esperanza de vida en hasta dos décadas. Sin embargo, matiza que no se trata de una fórmula universal, pero que el estado de salud y los hábitos diarios influyen en los resultados.
Comer en exceso: un impacto inmediato en tu cuerpo
El mensaje de Sinclair cobra aún más sentido cuando se contrasta con lo que ocurre al comer en exceso, algo común en épocas festivas o en situaciones de estrés.
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Expansión del estómago: Al igual que un globo, el estómago se estira para dar cabida a grandes cantidades de comida, lo que puede generar presión sobre otros órganos y una sensación de incomodidad inmediata.
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Aumento del metabolismo: El cuerpo acelera temporalmente su metabolismo para digerir, lo que puede provocar sudoración, calor y mareos en algunas personas.
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Sobrecarga del corazón: Se incrementa el flujo sanguíneo hacia el sistema digestivo, aumentando el ritmo cardíaco y contribuyendo a la fatiga posterior.
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Somnolencia y lentitud: Las hormonas liberadas durante la digestión, como la serotonina y la leptina, pueden hacer que te sientas cansado y menos alerta.
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Picos y caídas de azúcar en sangre: Comer de forma abundante y rápida, eleva la glucosa bruscamente, seguida de una bajada repentina que genera letargo y, en algunos casos, nerviosismo.
Una mirada evolutiva a la alimentación
La propuesta de Sinclair no pretende reemplazar las pautas básicas de una dieta equilibrada, sino complementarlas con una visión más amplia que conecta la alimentación con nuestra biología evolutiva. Para nuestros antepasados, la escasez de alimento no era una elección, sino una condición natural que moldeó los mecanismos de supervivencia del cuerpo humano que aprendía a adaptarse a un periodo sin ingesta.
Hoy, en un entorno donde la comida está disponible en cualquier momento, estos sistemas quedan inactivos la mayor parte del tiempo. Al reintroducir pausas prolongadas entre comidas, podemos reactivar procesos que favorecen la longevidad, la energía y la salud metabólica.
Un cambio accesible y con potencial
El valor de este enfoque radica en su simplicidad. No requiere suplementos costosos ni procedimientos médicos, sino ajustes en la rutina diaria que pueden integrarse gradualmente.
Sinclair recomienda comenzar de forma progresiva: Retrasar el desayuno, evitar picar entre comidas y elegir ventanas de alimentación más reducidas. A medida que el cuerpo se adapta, los periodos de ayuno pueden prolongarse para maximizar los beneficios.
En definitiva, su mensaje es claro: lo que marca la diferencia no es solo lo que comes, sino cuándo y con qué frecuencia lo haces. Al permitir que el organismo dedique más tiempo a repararse que a digerir, podríamos no solo vivir más, sino también disfrutar de una vida más saludable y activa.