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Auge de las clases de costura de toda la vida: lo que te puedes ahorrar si aprendes a coser un botón

Cada vez son más los alumnos que quieren aprender a arreglar su propia ropa, una afición que combina la parte de relax con el ahorro

Una mujer con una máquina asiste a unas clases de costura / PEXELS
Una mujer con una máquina asiste a unas clases de costura / PEXELS

Si hay una tendencia al alza en el mundo de la moda, es la sostenibilidad. Las marcas se esfuerzan por parecer menos contaminantes y por producir de manera consciente, aunque gigantes de la fast fashion como Shein ejemplifican que no todos los consumidores están dispuestos a dejarse 70 euros en unos vaqueros. Lo que sí puede hacer cualquiera con su ropa, sin importar si es de Zara o de Levi’s, es reutilizar y reciclar. Y, para los que no se han puesto un dedal en su vida, las mejores aliadas son las clases de costura. Además de la satisfacción personal que genera no desechar unos pantalones en cuanto se rompe la cremallera, estas clases permiten adquirir unos conocimientos con los que, a la larga, se puede ahorrar unos cuantos euros.

Aunque no todo es coser y cantar para los profesionales que enseñan a hilvanar y a dar pespuntes, perciben que cada vez hay más gente joven que acude a sus establecimientos. Además, algunos de ellos son hombres, que rasgan así los estereotipos vetustos sobre la confección. Para muestra, un botón.

Clases de costura desde 50 euros al mes

Isabel Pérez es el nombre que está detrás de El Telar de Isa, una escuela ubicada en Valencia, y cuenta a Consumidor Global que la costura “ahora se lleva muchísimo”, en especial “después de la pandemia”. En los últimos meses, el interés ha crecido. “Todo lo que es reciclar, aprovechar y dar un segundo uso se lleva mogollón. La idea es no tirar nada y dar una segunda vida a las prendas”, resume Pérez. Aprender a hacerlo cuesta, en su negocio, 50 euros al mes, con una frecuencia de dos horas semanales.

Un dedal y varios imperdibles / PEXELS
Un dedal y varios imperdibles / PEXELS

La mayoría de sus alumnas son mujeres, pero también hay “dos o tres chicos”. Su alumna más joven tiene 17 años, mientras que la mayor sobrepasa los 80. Pérez también cubre, relata, todos los perfiles profesionales, lo que demuestra que la costura es una afición transversal. “Me falta un cura”, narra entre risas. A su juicio, saber hacer un dobladillo es una habilidad muy práctica, por lo que las clases son “un hobby que ayuda a sacar algo de provecho”. Y no todos los hobbies son rentables. Éste, cree Pérez, ayuda incluso a nivel mental. “A veces nos reímos en clase, porque algunas alumnas dicen que en vez de pagar un psicólogo pagan unas clases de costura”, señala.

16 euros por coser un bajo en El Corte Inglés

A veces, tener unas nociones básicas puede suponer un ahorro. Y, en función del taller al que se lleven las prendas a pasar la ITV, de mayor o menor envergadura. En El Corte Inglés, los servicios de arreglo de ropa sobreviven en esos habitáculos que se vislumbran al subir las escaleras mecánicas, que parecen sacados de una película ochentera. En el de Goya, en pleno Barrio de Salamanca de Madrid, este servicio lo presta la empresa Retokes. Desde aquí, una encargada explica que coser el bajo de un pantalón cuesta nada más y nada menos que 16 euros, mientras que coser un botón sale por dos euros. Si la camisa tiene varios, puede ser un buen roto.

Una mujer trabaja con una máquina de coser / PEXELS
Una mujer trabaja con una máquina de coser / PEXELS

A unos tres kilómetros de allí, en el barrio de Lavapiés, se ubica Felisa Arreglos. Aquí, tal y como especifica Pedro José Ruiz, uno de los responsables, coser el dobladillo de un pantalón a máquina cuesta 7,50 euros. Sustituir la cremallera del mismo ronda los 7,70, aunque, como matiza Ruiz, el precio puede variar si es una cremallera especial que tienen que pedir. “Nosotros llevamos 26 o 27 años aquí”, cuenta Ruiz, “y desde entonces hemos notado que ha cambiado la clientela, porque el propio barrio ha cambiado”, explica.

“Antes nadie pedía coser los botones de una camisa”

Nuevos vecinos piden nuevos ajustes. “Antes nadie te traía una camisa para que le cosieras los botones, iba a ver a su madre y se lo hacía ella. Pero ahora, los jóvenes que se acaban de emancipar, en vez de ir a ver a su madre, vienen aquí”, relata Ruiz. En Arreglos Felisa, “si se te acaba de caer un botón y es la primera vez que vienes, yo no te cobro nada”, pero, por norma general, este servicio oscila entre los 5 y los 8 euros.

En Doña Puntada Cosetodo, un negocio de Valladolid cuyo nombre hace innecesaria toda descripción, los precios son algo más bajos. 4 euros por el dobladillo del pantalón, 6,50 por el cambio de cremallera en unos vaqueros y, en las camisas, aproximadamente 50 céntimos por botón (cuatro veces menos que en El Corte Inglés de Goya), aunque “depende del tipo”, indica Carmen Alonso, la dueña. A su juicio, es un oficio que corre el riesgo de desaparecer. De hecho, Alonso está buscando modista, pero no encuentra. “Se tarda muchos años en aprender este oficio. Ahora hay muchos jóvenes con estudios de alta costura y con títulos, pero luego, en la práctica, no lo dominan”, lamenta.

Una máquina antigua / UNSPLASH
Una máquina antigua / UNSPLASH

Enseñanzas prácticas para el día a día

Desde El Telar de Isa, Pérez considera que debería haber más formación en los colegios. “Creo que todo el mundo, tanto las chicas como los chicos, deberían saber tanto coser un botón como colgar un cuadro o montar un enchufe. No hablamos de cuestiones machistas ni feministas, sino de algo que debería enseñarse a todos, porque son enseñanzas prácticas para la vida”, relata.

Silvia Castellano es la responsable de Que Viva la Pepa, una escuela de costura de Madrid a la que también ahora acuden más hombres “que quieren hacerse su propia ropa”, según indica. Castellano ha percibido un subidón del interés en los últimos tiempos, y lo achaca, entre otros factores, a programas de televisión como Maestros de la Costura.

Desde alpargatas hasta mochilas

En su negocio se puede aprender a hacer ganchillo, a confeccionar unas alpargatas, patronaje por ordenador o incluso confección para los amantes de la ropa vintage. Las clases cuestan 50 euros mensuales (8 horas en total). Lo que más triunfa, indica Castellano, son “cosas pequeñas, como pañales para los bebés”, mientras que los más preocupados por la sostenibilidad, a su juicio, son las personas de entre 30 y 40 años.

Varios hilos y botones / PEXELS
Varios hilos y botones / PEXELS

Victoria López también cree que la sostenibilidad ha ayudado. Ella fundó hace seis años su escuela de Patronaje y Confección en Zaragoza, en la que hay una enorme variedad de opciones, desde un curso online de introducción a la costura por 25 euros hasta un título propio de Patronaje Profesional Industrial, donde se aprende confección, técnicas de corte y elaboración de fichas técnicas. La matrícula de 4 horas semanales cuesta 90 euros al mes. Además, hay talleres especiales con diseñadores de prestigio, donde se enseña “costura de supervivencia” o a coser una mochila.

Llevar una prenda que ha hecho uno mismo

López explica que, en los años 90, el mercado comenzó a ofrecer prendas muy baratas, lo que provocó un cambio de mentalidad y también trastocó los hábitos de compra. En ese momento, expone, “nadie quería coser, y era raro ver entusiasmo en ello”. Previamente, en los 80, “no había tantos comercios, las prendas eran más caras, y en todas las casas, sí o sí, había personas que cosían”. Ahora, esta experta cree que “el oficio de modista está en extinción”, pero también que a raíz de la pandemia el interés en la costura se ha reactivado. El ejemplo de su vitalidad está en que cada vez más hombres pasan por la aguja.

Entre sus alumnos, López tiene desde niños a partir de los 10 años hasta jubilados “a los que siempre les ha gustado, pero no podían hacerlo porque no tenían tiempo”. En general, sus discípulos toman la costura como una afición “y como una manera de desconectar”, pero también tiene un grupo que desea dedicarse a la industria de manera exclusiva. En ellos prima “la satisfacción de llevar una prenda que ha hecho uno mismo”.

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