Loading...

Masi Rodríguez, sobre las redes sociales: "Me he dado cuenta de que pasaba demasiado tiempo ahí"

El impacto psicológico del odio en redes sociales: el caso de Masi Rodríguez y los riesgos de la exposición digital

Rocío Antón

Masi Rodríguez, sobre las redes sociales: "Me he dado cuenta de que pasaba demasiado tiempo ahí"/ Montaje CG

En un entorno donde las plataformas digitales han borrado los límites entre lo íntimo y lo público, cada aspecto de la vida personal de las figuras influyentes se convierte en un espectáculo colectivo del que opinar, enjuiciar o simplemente criticar. Así ocurrió con la separación entre la influencer, actriz y presentadora de TVE Play, Masi Rodríguez, de su ahora ya expareja, el streamer IlloJuan, cuya relación de casi 7 años terminó bajo la mirada constante de millones de usuarios que decidieron verter su odio sobre ella, responsabilizándola.

La noticia no solo acaparó titulares, sino que desencadenó un aluvión de comentarios, opiniones variadas que reflejan una de las grandes amenazas del mundo online: el escrutinio constante y despiadado de los seres humanos en las redes sociales.

El lado oscuro de la exposición digital: redes sociales y presión emocional

Durante una pasada participación en el pódcast Entre el cielo y las nubes, conducido por la también influencer Laura Escanes, Rodríguez reflexionó sobre el proceso emocional que atravesó tras la ruptura, agravado por la presión social de mantener una imagen idealizada de “novia perfecta”.

Para muchos usuarios, Masi debía ser la pareja “perfecta” del universo digital de IlloJuan, lo que generó expectativas irreales sobre su vida sentimental. Al romperse ese vínculo, no solo terminó una relación amorosa: comenzó una etapa de odio en redes donde las críticas y la desinformación.

El rechazo de Masi Rodríguez a las redes sociales: cuando el juicio virtual reemplaza a la empatía

La actriz relató cómo, tras anunciar el fin de su relación, empezó a recibir una oleada de mensajes que cuestionaban su valor personal. Comentarios cargados de moralismo y condescendencia ponían en duda su integridad por el simple hecho de haber atravesado una ruptura. "Me cuestionaban como si una separación fuera un fracaso personal. Todos los días me tachaban de infiel", expresó Masi, subrayando la falta de comprensión emocional que abunda en las redes sociales.

https://www.youtube.com/watch?v=HR0CRk5yIZM

Este bombardeo de opiniones tóxicas la llevó a desconectarse temporalmente de internet. En sus palabras: “En mi ruptura me he dado cuenta de que pasaba demasiado tiempo ahí", explicaba en una entrevista a El País. “Apagué las redes porque la vida real está aquí, no en una pantalla”, le explicaba a Escanes en su pódcast de Podimo. Su decisión refleja una necesidad creciente entre creadores de contenido e influencers: preservar la salud mental frente a un entorno digital que, a menudo, no perdona ni olvida.

La viralización del odio: un fenómeno cada vez más organizado

Pero el caso de Masi Rodríguez no es aislado. Según un reciente informe del proyecto Hatemedia —desarrollado por la Universidad Internacional de La Rioja y financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación—, el discurso de odio en redes no solo está aumentando, sino que además se difunde de manera estratégica y coordinada.

Chica tiktoker grabando contenido para redes sociales / FREEPIK

Tras analizar cerca de 10 millones de publicaciones en plataformas como X (antes Twitter), Facebook y medios digitales, el estudio revela que el 70% de los mensajes de odio en España se dirigen contra colectivos vulnerables: mujeres, migrantes, políticos y personas LGTBIQ+. Este tipo de publicaciones no son simples desahogos individuales, sino intentos deliberados por moldear la opinión pública y normalizar discursos discriminatorios.

¿Quiénes son los ‘haters’ también llamado emisores de odio digital?

Los denominados haters no responden a un perfil único. Pueden ser usuarios anónimos o perfiles aparentemente cotidianos que, amparados en la impunidad del entorno virtual, lanzan ataques personales, difunden desinformación o se suman a campañas de acoso masivo. Su actividad prolifera precisamente porque las redes sociales les permiten operar sin consecuencias inmediatas.

No releas ni revises las redes sociales de tu expareja/ PEXELS

Sin embargo, el anonimato no significa inmunidad legal. Las leyes contemplan sanciones para quienes incurren en delitos de odio, y cada vez existen más herramientas para rastrear la identidad de quienes se esconden tras perfiles falsos. En términos jurídicos, publicar mensajes ofensivos en internet es equivalente a gritarlos en la vía pública.

El mayor riesgo del mundo digital: que el odio se normalice

Uno de los efectos más peligrosos de estos discursos es su capacidad para infiltrarse en la cotidianeidad. Cuando el ataque, el insulto o la deshumanización se convierten en algo habitual, existe el riesgo de que incluso las víctimas lleguen a considerarlo inevitable. Esta resignación colectiva impide la denuncia, agrava los daños emocionales y favorece la impunidad.

El impacto sobre la salud mental es real: quienes son blanco de estos discursos pueden desarrollar ansiedad, depresión, pérdida de autoestima e incluso temor a interactuar en entornos digitales. Además, la exposición prolongada a estas dinámicas puede alimentar el rechazo social, generar estigmas duraderos y desencadenar episodios de violencia fuera del entorno virtual.

El caso de Masi Rodríguez es un recordatorio de los peligros que implica convertir la vida privada en contenido público. Las redes sociales, aunque ofrecen conexión y visibilidad, también pueden volverse un espacio hostil, especialmente para quienes se ven obligados a gestionar emociones complejas bajo la lupa constante de millones de desconocidos.