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Ondina, la última charcutera de un mercado que se apaga: “Espero sobrevivir hasta que me jubile”

En Ciutat Meridiana, el barrio con la renta más baja de Barcelona, tres puestos resisten al avance de los supermercados, a los cambios demográficos y al olvido

Ana Carrasco González

Ondina Monteiro, la última charcutera del mercado de Ciutat Meridiana / SIMÓN SÁNCHEZ

Son las ocho de la mañana en el mercado de Ciutat Meridiana, el barrio con la renta más baja de Barcelona. Los primeros rayos de sol entran por el portalón e iluminan el interior. Al entrar, la primera sensación te lleva a imaginar lo que fue, en lugar de apreciar lo que queda. Apenas tres puestos resisten: dos charcuterías y una frutería. 

En la esquina, se ubica el bar de toda la vida, con su telediario encendido, vasos de cristal para el café y la conversación pausada de los de siempre. En el centro, hay un puesto de pescado que permanece vacío. En los laterales, decenas de persianas llevan tiempo bajadas, pero aún conservan sus rótulos. En general, hay un aire de espera, de algo que fue mucho más

De dos plantas a tres puestos

Ondina Monteiro, con su delantal, me devuelve al presente. La charcutera, de 62 años, se encuentra tras su mostrador mientras acomoda unas piezas. Su hermana, Cristina, le ayuda a reponer la carne. “Parece mentira, pero este mercado tuvo en su momento dos plantas”, dice Ondina con una sonrisa al percatarse de mis cavilaciones. 

Interior del mercado de Ciudat Meridiana / SIMÓN SÁNCHEZ

Cuesta imaginar decenas de paradas abiertas, dos plantas llenas de actividad, cuchillos repicando, voces mezcladas, colas interminables. Cuesta creer en aquel bullicio que dio sentido al edificio inaugurado en 1968 para abastecer a los barrios que brotaban en Nou Barris. “Cuando llegué a este mercado hace 17 años, a esta hora ya tenía cola en mi parada”, recuerda Ondina. “Podíamos tardar una hora en despachar a un cliente. Venía gente de Torre Baró, de Vallbona, de Santa Elvira. La gente de los alrededores del barrio venía al mercado”. Hoy, ya son las ocho y media de la mañana, y todavía impera el silencio. 

Anatomía de un declive

El declive del mercado comenzó hace unos 15 años, cuando el Ayuntamiento de Barcelona clausuró la planta superior y abrió allí un supermercado Consum. Aquella decisión simbolizó la transformación del barrio y de los hábitos de compra. “Nadie ha obligado a nadie a comprar en un súper. La gente ha decidido”, señala Ondina. 

 

“Influyeron muchas cosas”, reflexiona la charcutera, mientras afila un cuchillo. La decadencia se aceleró con el boom inmobiliario. “Poco a poco, el barrio se fue vaciando y se quedaron los mayores, la clientela fiel que sostenía el mercado con sus compras diarias, aunque menguantes. Pero esas abuelas y señoras se han hecho muy mayores. Sus hijos vienen menos. Sus nietos, para no molestar, vienen poco. Es la rueda de la vida”, sentencia. 

La pérdida de la pescadería

En este momento, Cristobalina, una de las últimas vecinas “de toda la vida” que compra cada mañana, entra con paso lento y se acerca. Conoce a Ondina y a su familia desde hace años. “Conozco a Sheila –la sobrina de Ondina– desde que era chiquitina, y mírala ahora con 28 años en su puesto de frutas. Pero para mí sigue siendo la niña del mercado”, me dice sujetando mi brazo y achinando los ojos al hablar. Para la anciana, la mayor herida fue el cierre de la pescadería. “El pescado es lo que da vida a un mercado”, suspira.

Cristobalina comprando / SIMÓN SÁNCHEZ

El año pasado se intentó recuperar esa vida y se reabrió la pescadería, cerrada durante ocho años, pero tuvo una vida fugaz. No ha durado ni un año abierta. Aun así, no han faltado intentos por salvar el mercado. Hubo un primer resurgimiento con el traslado de algunos negocios procedentes del antiguo Mercado de Núria (situado en el mismo barrio y clausurado en 2018), como el bar que todavía resiste. Y más recientemente, el Instituto Municipal de Mercados de Barcelona (Immb) invirtió más de 200.000 euros en reformas.

La calidad del producto respecto a un supermercado

“Cada vez es más difícil reflotar al mercado”, confiesa Ondina. “Ahora tenemos en el barrio a una comunidad islámica muy grande que solo compra en sus tiendas halal. Aunque yo tenga ternera halal, para ellos estoy contaminándola porque corto cerdo”, comenta. “Y, por otro lado, la comunidad sudamericana busca precio, algo que nosotros no podemos ofrecer a diario”, añade.

Ondina en el mercado de Ciutat Meridiana / SIMÓN SÁNCHEZ

La decadencia del mercado, sin embargo, no ha erosionado la calidad del producto ni la dedicación de quienes lo atienden. “Todo el mundo sabe que la calidad de los mercados no la tiene ningún supermercado. A mí me acaban de traer el pollo fresco, ahora me traen la ternera. Es un producto que se ha matado hace dos días, no está manipulado ni pasa por cámaras durante semanas”, recalca mientras señala el carrito lleno de pollos que trae un proveedor en este instante. “La gente joven lo valora cuando prueba un buen producto”, explica. 

La percepción del gasto en un mercado

Ondina desmonta la percepción del gasto que algunos jóvenes tienen sobre los mercados. “La gente llega al súper y ve una bandejita de pechugas por dos euros, pero no miran el precio por kilo. Si lo miráramos, veríamos que no hay tanta diferencia en el precio”, defiende. “Un sobrecito de chorizo, un euro. Ya, pero es que no has mirado el precio por kilo. Te lo están cobrando a 12,50 o a 13,50 euros. Igual que lo vendo yo”, añade.

Ondina y su sobrina Sheila / SIMÓN SÁNCHEZ

El problema, admite, es que el mercado exige compras grandes y planificadas, mientras que el supermercado ofrece inmediatez y pequeñas dosis. “Tengo clientes que se gastan 100 euros en carne y se llevan comida para un mes. Pero el hijo de una clienta me dijo el otro día que en su vida se ha gastado 100 euros en una charcutería. Claro, porque compra bandejitas sueltas, sin darse cuenta del gasto acumulado”, resalta.

Lo que mantiene vivo al mercado de Ciutat Meridiana

“La gente que sigue viniendo es, sobre todo, porque damos un servicio que no te va a dar ningún supermercado. Si una clienta me pide la pechuga para rebozar y los muslitos para la plancha, se lo haces a su gusto”, detalla Ondina sobre el valor del trato cercano y personal. “Yo no como nada congelado. Para mí es un privilegio poder cenar un día lomo, al día siguiente pollo, siempre fresco. Y eso solo te lo da el mercado”, arguye. 

El bar y la charcutería de María Álvarez / SIMÓN SÁNCHEZ

De repente, un señor mayor interrumpe para pedir 250 gramos de jamón y medio kilo de costillas. En ese momento, aprovecho para mirar a mi alrededor y me doy cuenta de que, realmente, si el mercado de Ciutat Meridiana sobrevive, es gracias a ellas. Observo a Ondina, en su puesto, a su hermana Cristina, a su sobrina Sheila, en la frutería, y a María Álvarez, en la otra charcutería. Incluso el bar, regentado por María José López (conocida por todas como Josefa), tiene nombre de mujer.

María se jubila

“Aunque parezca que no, los mercados siempre los han sostenido las mujeres. Los hombres iban a Mercabarna a comprar, pero quienes vendían eran ellas. Las mujeres decidían qué comprar, cómo vender y llevaban el negocio”, reivindica Ondina. En su caso, ella llegó a Barcelona desde Portugal con 10 años, empezó a trabajar en el mercado de Santa Caterina con 14 y ha pasado por plazas icónicas como la Boquería o el Carmel. “Cogí esta parada ya con 50 años, separada, con un hijo, sola. Tenía que tirar adelante. Y aquí estoy. El sexo fuerte, si acaso, somos nosotras”, dice. 

Entrada al mercado de Ciutat Meridiana y un cartel del supermercado Consum/ SIMÓN SÁNCHEZ

Pero no todo resiste al paso del tiempo. María, la otra charcutera, se jubila el año que viene. Su parada cerrará con ella. “Cuando María se vaya, esto quedará aún más vacío. Y yo no sé cuánto aguantaré sola”, confiesa Ondina. “Espero sobrevivir hasta que me jubile”

Sheila, la última apuesta

Ese espíritu emprendedor de Ondina parece haberlo heredado su sobrina, Sheila Ferrer Monteiro, madre de una niña pequeña, que ha tomado las riendas de la frutería contigua en plena decadencia del mercado. “Voy tirando, que ya es mucho. Para mí es una oportunidad porque llevo aquí desde chica, la clientela me conoce y confía en mí”, explica mientras pesa unas manzanas. 

“Este negocio exige sacrificio, pues requiere madrugones y sábados interminables, pero vale la pena”, reconoce Sheila. Para sumar clientela, ofrece entregas a domicilio a personas mayores y gestiona las redes sociales de su puesto, incluso diseñando los carteles gracias a su formación en diseño gráfico. “Con las redes hemos llegado a gente de otros barrios de Barcelona. Eso me anima”. Aun así, es consciente de la fragilidad del proyecto. “A los jóvenes les diría que se animen, aunque es un sacrificio enorme. El mercado necesita savia nueva, porque si no lo hacemos entre todos, se muere”.

Un mercado que se resiste a apagarse

Ondina mira a su sobrina con orgullo. Sabe que el relevo generacional es la gran asignatura pendiente. “El trabajo del mercado no es atractivo. Lo pinto bonito porque me encanta, es mi vida. Pero aquí se trabaja. No tienes puentes, no tienes esos días libres que tienen otros. Es la parte que echa para atrás a la gente”, admite.

Las mujeres del mercado de Ciutat Meridiana hablan con la determinación de quien defiende la última trinchera. Para Ondina, no es solo una lucha por un negocio, es la resistencia de lo auténtico frente a lo industrial, del trato cercano frente al anonimato. Es, en definitiva, la lucha por mantener encendida una luz en el barrio que se resiste, como ella, a apagarse del todo.