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Replanteando el diagnóstico de la obesidad: adiós al IMC

El Índice de Masa Corporal ha sido el "gold standard" para identificar los casos de sobrepeso y obesidad durante más de 40 años. Sin embargo, cada vez son más las voces que se refieren a esta herramienta como inútil, obsoleta e incluso peligrosa

Juan Revenga

El consultor dietista-nutricionista Juan Revenga escribe sobre la obesidad / FOTOMONTAJE CONSUMIDOR GLOBAL

Desde 1985 la obesidad se ha identificado principalmente mediante el Índice de Masa Corporal, más conocido como IMC o BMI por sus siglas en inglés. Sin embargo, este enfoque ha demostrado importantes limitaciones que pueden conducir a diagnósticos inexactos y tratamientos inadecuados.

El IMC se calcula dividiendo el peso en kilogramos por la altura en metros al cuadrado de las personas y entre sus escasas virtudes figuran el no necesitar de una instrumentación sofisticada. De este modo, en cualquier consulta médica e incluso cualquier persona en la intimidad de su casa puede obtener este valor.

No obstante, y tal y como el arriba firmante ha puesto de relieve en innumerables ocasiones, el IMC no distingue entre masa grasa y masa magra, ni considera la distribución de la grasa corporal. Como resultado, individuos con una alta masa muscular pueden ser clasificados erróneamente como obesos, mientras que personas con una acumulación significativa de grasa visceral, pero con un IMC normal pueden no ser identificadas como en riesgo. Además, el IMC no proporciona información sobre la presencia de disfunciones orgánicas o limitaciones funcionales asociadas al exceso de adiposidad.

Propuesta de redefinición: obesidad clínica y preclínica

En este contexto -que viene de largo- una reciente publicación en The Lancet, una de las revistas científicas más relevantes en su género, ha propuesto una revisión del concepto de obesidad en la que el IMC pasa a un segundo plano. Así, la publicación Definición y criterios diagnósticos de la obesidad clínica propone, cuando menos establecer dos categorías:

  • Obesidad clínica: sería aquella enfermedad crónica caracterizada por signos y síntomas objetivos de disfunción orgánica o una capacidad significativamente reducida para realizar actividades diarias, directamente atribuibles al exceso de grasa corporal. Esto incluye dificultades en funciones básicas como bañarse, vestirse, comer y mantener la continencia.
  • Obesidad preclínica: consistiría en la presencia de un exceso de adiposidad que aún no ha provocado manifestaciones clínicas evidentes, pero que implica un riesgo elevado de desarrollar complicaciones en el futuro.

Estos serían los criterios

El artículo sugiere que el diagnóstico de la obesidad debería ir más allá del IMC e incorporar una evaluación integral que tenga en cuenta los siguientes criterios:

  1. Medidas antropométricas complementarias: además del IMC, se recomienda utilizar la circunferencia de la cintura, la relación cintura-cadera y la relación cintura-altura para evaluar la distribución de la grasa corporal y el riesgo metabólico asociado.
  2. Evaluación de la función orgánica: identificar signos de disfunción en órganos clave, como el hígado (esteatosis hepática), el corazón (insuficiencia cardíaca) o el páncreas (resistencia a la insulina), que puedan estar relacionados con el exceso de adiposidad.
  3. Capacidad funcional: valorar la capacidad del individuo para realizar actividades cotidianas y determinar si hay limitaciones significativas atribuibles al peso corporal excesivo.
  4. Factores metabólicos y clínicos: considerar la presencia de comorbilidades como hipertensión, dislipidemia o apnea del sueño, que a menudo se asocian con la obesidad y agravan el pronóstico.

Con estos criterios, los autores elaboraron un bonito algoritmo para poder clasificar a los pacientes tal y como se muestra en la imagen:

Implicaciones para el tratamiento y para las políticas sanitarias

La redefinición de la obesidad en términos clínicos tiene varias implicaciones importantes:

  • Enfoque personalizado del tratamiento: al distinguir entre obesidad clínica y preclínica, los profesionales de la salud pueden adaptar las intervenciones según la gravedad y las manifestaciones específicas de la enfermedad en cada individuo, tal y como se pone de relieve en la imagen anterior.
  • Asignación de recursos sanitarios: esta distinción permite priorizar en la asignación de recursos, asegurando que aquellos con obesidad clínica reciban intervenciones más intensivas, mientras que las personas con obesidad preclínica se beneficien de estrategias preventivas.
  • Reducción del estigma: reconocer la obesidad clínica como una enfermedad con manifestaciones específicas puede ayudar a reducir el estigma asociado, promoviendo una comprensión más empática y basada en evidencia de esta condición.
  • Políticas de salud pública: las políticas deben reflejar esta nueva comprensión de la obesidad, promoviendo programas de detección temprana, prevención y tratamiento que aborden tanto la obesidad preclínica como la clínica.