El desayuno es la comida más importante del día... ¡claro que sí, guapi!

Pocos conceptos han calado tan hondo como la supuesta supremacía del desayuno frente al resto de ingestas diarias. Pero tras su origen no hay criterios científicos que lo sustenten. Probablemente por los intereses de cierta industria alimentaria

El consultor dietista-nutricionista Juan Revenga escribe sobre la obesidad / FOTOMONTAJE CONSUMIDOR GLOBAL
El consultor dietista-nutricionista Juan Revenga escribe sobre la obesidad / FOTOMONTAJE CONSUMIDOR GLOBAL

He hecho la prueba varias veces y el resultado siempre es el mismo. A un determinado colectivo le formulo una misma pregunta dentro del contexto de los hábitos saludables: “Entre las siguientes expresiones ¿cuál consideras que tiene una mayor consistencia o verosimilitud?”. Las opciones, cuatro o cinco, son variables (hay que beber dos litros de agua al día; es importante hacer cinco comidas al día; los alimentos light sirven para adelgazar; no hay que comer más de tres huevos a la semana; etcétera) pero siempre incluyo la opción de “el desayuno es la comida más importante del día”.

Pues bien, da igual el nivel profesional de los encuestados (desde alumnos de bachillerato a profesionales sanitarios en activo, pasando por alumnos de universidad o población general) el resultado siempre es el mismo. La mayor parte de los encuestados responde que la afirmación más cierta más indubitada es la que alude a la cualidad supremacista del desayuno... Pero resulta que, con la ciencia en la mano, es un error. O, cuando menos, una expresión terriblemente incierta.

¿Quién, cuándo y dónde se habló del desayuno en estos términos?

Nadie, absolutamente nadie antes de 1917 mencionó que hubiera que hacer descansar semejante importancia en el desayuno. En aquella fecha, la dietista norteamericana Lenna Frances Cooper, escribió lo siguiente: “En muchos sentidos, el desayuno es la comida más importante porque es la comida con la que comienza el día”. Amén.

¿Y las razones? Están bien claras, según la Sra. Cooper: el desayuno es tan importante porque es el primer condumio diario. No hubo estudios, ni referencias a publicaciones científicas. Ole. Según este mismo patrón lógico, los primogénitos, los hijos que nacen primero en una relación, también debieran ser los más importantes (palabra de primogénito, claro).

El lugar donde se publicó esta lapidaria frase no puede pasar desapercibido, ya que fue la revista Good Health, el órgano de difusión del entonces conocido como Sanatorio de Battle Creek, un afamado balneario ligado a la Iglesia Adventista del Séptimo Día y fundado por John Harvey Kellogg. Sí, el creador de la industria de los cereales... de desayuno. ¿Casualidad? No lo creo. De hecho, la autora de la frase, la Sra. Cooper, no era una dietista más en este contexto, ni tampoco prestó su pluma y conocimiento de forma anecdótica para aquel número de la revista. No. Desde sus inicios como estudiante de nutrición y becaria en el consabido Sanatorio, gozó de la especial protección de su mentor, el Dr. Kellogg. [Nota: Este es un resumen de sus innumerables aportaciones en la revista Good Health. La frase en cuestión aparece en la página 111].

La industria del desayuno se sube al tren

En aquella época, las cuestiones nutricionales empezaban a ser tendencia entre los consumidores (tendencia que, es preciso señalar, nunca ha decaído hasta nuestros días), y de esta forma, una también incipiente industria alimentaria vio en la frase de la Sra. Cooper una oportunidad de oro para aumentar su balance de cuentas. ¿Cómo? Promoviendo la imagen y contenidos de Lenna (toda una influencer para la época).

¿Y la ciencia? La ciencia llegó después, casi siempre con estudios sesgados, cuando no interesados o diseñados a instancia de parte -de parte de la industria, claro- y con un escaso nivel de evidencia. A pesar de ello, las conclusiones de aquellos estudios venían a corroborar el asunto: ¡larga vida al desayuno! Así las cosas, es necesario coincidir en que “la campaña” para poner en valor el desayuno fue todo un éxito. Y la apabullante popularidad de la frase en cualquier parte del mundo es la mejor prueba.

El desayuno a la luz de la ciencia actual

Auspiciada por los reiterativos latiguillos comerciales, la ciencia ha acogido en innumerables ocasiones el estudio de “la importancia” del desayuno. ¿El resultado, en resumen? Pues que siempre se ha concluido que no hay una suficiente evidencia para poder abogar, en pro o en contra, del desayuno diario. ¡Ah! y que se necesitarían más estudios.

En esta dinámica, unos cuantos miles de estudios concluyen que desayunar podría ser beneficioso para esto o aquello, y otros tantos afirman no encontrar tal beneficio. Otros, no precisamente pocos, informan de que el NO desayunar sería más beneficioso que el desayunar. Un sindiós para algo que en principio debiera presentar la misma complicación que el mecanismo de una pandereta.

Se han publicado una carretillada importante de estudios epidemiológicos, unos cuantos ensayos de intervención y no pocos metaanálisis y, al final, lo que nos queda patente es que esto del desayuno-sí vs desayuno-no es un sancocho de dimensiones interplanetarias.

Por tanto, aquí, el arriba firmante, tras dos o tres décadas leyendo unas cosas y sus contrarias (y no solo sobre el desayuno), se queda con esta revisión sobre el tema cuando concluye que: “La evidencia actual no respalda un efecto claro a la hora de desayunar o saltarse el desayuno y que [...] en tanto en cuanto no se realicen más estudios no se podrá tener una imagen clara sobre el asunto”. Ojo que este estudio en cuestión no es cualquiera. Su título da idea de su objetivo principal: “¿Es el desayuno la comida más importante del día?”.

Al final todo el mundo desayuna, “desayune” o no

Analicemos etimológicamente el asunto. Des-ayuno es eso, dejar de ayunar, es decir, dejar de no-comer, para comer. En inglés el examen etimológico es idéntico: break-fast, es romper el ayuno. En este contexto todo el mundo des-ayuna, sea cuando sea que deje de no-comer para comer. De otro modo cualquiera moriría a causa de uno de los motivos por los que más personas han muerto en la historia de la humanidad, la inanición.

Al mismo tiempo –y no hace falta tener carrera para esto- un breve análisis de las personas que conviven con cada cual y su comparación con la individualidad, arroja un inequívoco, pero al mismo tiempo contradictorio resultado: hay personas a las que les mola desayunar (comer a primera hora tras despertarse) y otras personas que prefieren empezar a comer después de que hayan pasado unas cuantas horas de actividad. Un servidor es de los segundos. Sin embargo, la mayor parte de mi entorno próximo -pero no todo- es de aquellos que tienen y deben desayunar, y además disfrutan al hacerlo.

Pues bien, bravo por ellos por ellos y también bravo por aquellos que sean de mi equipo. Bien por todos.

Aquí no se trata de si eres el adorado primogénito (el desayuno) o el consentido benjamín (la cena). La salud a través de la alimentación no depende de cuándo empiezas a comer tras el descanso nocturno, sino de qué comes cuando comes, sea la hora del día que sea en la que se decide abrir la boca para introducir un primer bocado.