Angy Fernández, actriz y cantante, irrumpía hace unos meses en el panorama editorial con un relato íntimo que conecta tecnología, emociones y la búsqueda de autenticidad. Su libro, Bonito desastre, es mucho más que un testimonio: es un reflejo de cómo las nuevas generaciones navegan la salud mental en un mundo extremadamente frágil y digitalizado.
En el pasado, hablar de ansiedad o acudir a terapia era considerado signo de debilidad. Hoy, sin embargo, creadores y artistas como Angy Fernández usan sus plataformas para visibilizar estas realidades. En una entrevista con Magas de El Español, Fernández reconoce que tardó en sentirse lista para compartir su historia, pero que finalmente encontró en la escritura un vehículo de liberación.
“Ahora tenemos las herramientas para sanar, algo que nuestros padres no tuvieron”, reflexiona. Para ella, la apertura emocional es uno de los rasgos más valientes de la generación actual, aunque eso también haya derivado en etiquetas injustas como “generación de cristal”. Esa expresión, según afirma, minimiza la empatía y el trabajo interior que muchas personas jóvenes están dispuestas a hacer.
Identidad digital y salud emocional: cómo la tecnología redefine
En este contexto de sobreinformación constante, Fernández también pone el foco en cómo las redes sociales alteran nuestra percepción de identidad. “Hay tanto estímulo que es fácil sentirse desbordado. Si no estás conectado, no existes. Parece que hay que hacer cosas todo el rato”, comenta muy crítica de esta sobreexposición.
No es solo una sensación subjetiva: en la era digital, tener presencia online se ha vuelto un requisito no solo social, sino profesional. Tal como decía Bill Gates, “si no estás en internet, no existes”, una afirmación que hoy se aplica tanto a empresas como a individuos. Incluso nuestras relaciones personales parecen depender de cuán activos estamos en plataformas como Instagram, X o TikTok.
El ruido de las redes y la presión de existir online
El desarrollo de una imagen digital sólida se ha convertido en una necesidad para quienes buscan visibilidad. Influencers, creadores de contenido y profesionales de todo tipo encuentran en sus perfiles una extensión de su identidad profesional. Blogs de cocina, moda o videojuegos se han convertido en fuentes de influencia con audiencias globales y potencial económico, sin necesidad de pasar por canales tradicionales como la televisión.
Fernández, con su libro, también encarna esa evolución: se muestra tal como es, consciente de que hoy la autenticidad puede ser la mejor estrategia para conectar con los demás. En muchos casos, compartir vulnerabilidades es más efectivo que mostrar constantemente todas las cosas que haces o la vida idílica que tienes en redes sociales. Es un hecho que últimamente genera más cercanía lo mundano que mostrar solo una vida idealizada.
Estatus digital: ¿Quién eres en la red?
Esta transformación cultural nos lleva a una reflexión clave: el estatus digital ha redefinido cómo nos proyectamos al mundo. Las redes no solo permiten mostrar lo que hacemos, sino diseñar una narrativa a medida de lo que queremos ser para otros. A veces, incluso más satisfactoria que la realidad offline.
Este fenómeno ha generado nuevos códigos: desde el lenguaje visual hasta las estrategias de posicionamiento. El yo digital puede ser múltiple —una cuenta para amigos, otra para el trabajo, un perfil anónimo para opinar sin filtros— y moverse con fluidez entre distintas comunidades online. Cada uno de esos "yoes" refleja diferentes facetas de nuestra personalidad, pero también puede alejarnos del contacto auténtico con nosotros mismos.
Salud mental e identidad digital, dos caras de una misma moneda
Angy Fernández no solo ha abierto la conversación sobre emociones, traumas familiares y autoconocimiento. Ha hecho visible cómo el entorno digital amplifica tanto nuestras fortalezas como nuestras inseguridades. En su testimonio converge lo humano y lo virtual, recordándonos que, en un mundo cada vez más conectado, cuidar nuestra salud mental es tan necesario como mantener una conexión a internet.
Porque ser visibles no debería significar perdernos en la pantalla, sino usar esa visibilidad para crear conexiones reales —con los demás y con nosotros mismos—.