Hace unos días leía algo así como que la prensa anglosajona había decidido bautizar a los jóvenes nacidos entre 1997 y 2012 como "Gen Zzz...", una etiqueta que alude, con algo de sorna, a que son un muermo. Es esta obsesión por el buen dormir y la proteína, el empleo de energías sostenibles, pero buena tecnología, así como la vigilancia permanente de cada bocado.
Su mantra es “no arrugarse” y eso que no han llegado ni a cumplir los 30 años, pues los irónicos “enemigos de la lorza” han interiorizado un credo: cuidar el cuerpo hoy es la mejor póliza para tu salud.
Generación Z: Adictos a la cultura del madrugón y a los batidos proteicos
Pocos son los que fuman tabaco, a cambio prefieren decorar sus labios con un vapeador de sabores sin nicotina. Raro es el que sale de fiesta de forma compulsiva cada fin de semana, ahora salen sin cubatas y recortan al máximo los azúcares y carbohidratos ultraprocesados que entran a su boca.
Estamos ante probablemente la generación más desintoxicada de la historia. Mientras otras generaciones se entregaban a los planes nocturnos, ellos ponen el despertador a las seis de la mañana para salir a correr o visitar el gimnasio y hacer flexiones. Los más presuntuosos empiezan con una meditación guiada que poder presumir en TikTok.
Gastar en la entrada de la discoteca del fin de semana ya no entra en sus planes, ahora atesoran parte de sus primeros sueldos en vaciar su bolsillo en Amazon en busca del mejor colágeno marino, magnesio reconfortante, proteína vegetal y activadores del metabolismo.
Comer y beber solo lo que queda bien en la foto de redes
La disciplina en su dieta es solo una consecuencia más de su hedonismo y egolatría en redes. No sorprende, por tanto, que mientras estos jóvenes publican imágenes de bowls saludables y del açai de turno, los últimos estudios de salud sitúen ahora los mayores índices de consumo problemático de alcohol y de infecciones de transmisión sexual en los mayores de 55 años, no en estos veinteañeros.
La presión por exhibir un estilo de vida sano es tan real que casi ocho de cada diez jóvenes de esta franja declaran que los criterios de salud —físicos y emocionales— deciden qué colocan en el plato o en el vaso, según un informe internacional respaldado por Ikea, Pepsi‑Cola, Visa y WWF en 27 países. A menor edad, mayor número de horas en el gimnasio y más atención a su salud mental y alimentación.
Belleza que empieza en el intestino
El ‘Club 5 AM’ suma millones de vídeos que exhiben rutinas marciales de calistenia, journaling y duchas frías antes del amanecer antes de romper el ayuno con media docena de huevos, carne de pasto y dos dátiles con mantequilla y sal. Neurocientíficos recuerdan que no hay magia cronobiología en madrugar tanto, más allá de la satisfacción moral del que lo logra.
Para ellas, si hay que invertir es en productos carísimos de ‘skincare’, que combinan con masajes linfáticos y dietas antiinflamatorias que prometen milagros. No sin recurrir al vinagre en ayunas, al rechazo de la tostada con mermelada por si la mezcla de glucosa se le hace bola con el café o el matcha de turno, no vaya a ser que ingieran demasiados alimentos y su preocupación por cambiar de talla les suba el cortisol.
Socializar sin copa en la mano: lo espirituoso solo está en sus agendas
Estudios de la OMS revelan que el consumo semanal de bebidas alcohólicas ha caído del 25 %. Las cifras del Pew Research Center muestran la actividad sexual más baja en tres décadas, un fenómeno que algunos atribuyen al cambio de prioridades. Otros expertos hablan de prácticas en solitario más seguras y de un cierto rechazo al “engorro” del contacto físico y las posibles ETS.
Para el psicólogo Luis Miguel Real, la Generación Z maneja mejor que ninguna otra los fundamentos de la nutrición y los riesgos del alcohol, pero a menudo cae en “hábitos productivos tóxicos” —uso indiscriminado de anabolizantes, autoexigencia extrema o aislamiento social— que comprometen la salud mental.
Una generación infeliz, disciplinada e insatisfecha
El último World Happiness Report coincide: los niveles de felicidad juvenil han descendido de forma constante desde 2006. Ordenada, informada y aparentemente ejemplar, esta generación convive con la ansiedad de no llegar a un ideal casi inalcanzable.
Se torturan si no sacan tiempo para entrenar, meditar o si por lo que sea comen comida basura dos días seguidos. Su revolución no es una fiesta como aquellos de la movida madrileña y los años 80, su vida consiste en una continua puesta a punto para alcanzar la siempre “inalcanzable mejor versión” de uno mismo, que parece resistírsele a todos menos al los influencers de turno.