Uno de los grandes males del siglo XXI es el de vivir enhebrados en el hilo de la cotidianidad, adormecidos por las obligaciones del día a día y por lo que se supone que debemos ser o se espera de nosotros. Seguramente tú también hayas pensado en dar un giro a tu vida y el simple hecho de explicar a tu entorno que vas a abandonar aquello en lo que llevas tantos años de esfuerzo invertidos te resulta agotador mentalmente.
En nuestra vida cotidiana, es frecuente encontrarse en situaciones en las que la inversión previa nos lleva a continuar con algo, incluso cuando no es la mejor opción o detestamos nuestra realidad más próxima. Algunas situaciones típicas incluyen llevar años cursando una carrera universitaria que no nos gusta, pero decidir seguir adelante simplemente porque ya llevamos dos años de los cuatro cursados aunque detestamos.
Los expertos explican por qué nos cuesta tanto soltar
Alguien que compró un vestido de lujo hace cinco años y, aunque solo lo ha usado una vez, se niega a venderlo por un precio menor al que pagó, aunque no planee volver a usarlo, sería otro buen ejemplo de por qué nos cuesta tanto abandonar las cosas, quien dice cosas dice personas, que no nos suman.
Así relataba Silvia Llop, popular psicóloga del amor en redes sociales —cuyo eslogan personal es el siguiente: “El amor puede ser una gran mierda, o todo lo contrario”— cuando explicaba sobre el porqué de que muchas parejas sigan insistiendo en continuar una relación que le provoca ansiedad o dolor.
“Cada vez emocionalmente te drena más, poner ilusión y ganas. Y cuando más inviertes, más difícil es salir. Si yo me levanto de esta máquina, traga perras y se sienta otra y le cae el premio que pasa con todo ese tiempo que he invertido. Es mío el premio, yo me lo he currado. Mucha gente se queda en sitios porque como has invertido mucho, ya te tiene que tocar”, explicaba en una de sus últimas colaboraciones sobre una realidad muy dura en el ecosistema amoroso, el de negarse a irse porque ya ha sufrido y vivido mucho junto a una persona.
¿Qué es la falacia por costo hundido?
Lo mismo pasa cuando un emprendedor que ha invertido una cantidad significativa de dinero en un negocio que no está funcionando, pero en lugar de aceptar las pérdidas y redirigir sus recursos a otro proyecto, sigue invirtiendo con la esperanza de recuperar lo invertido.
Estos casos ilustran un fenómeno conocido como falacia del costo hundido, también llamada falacia de las pérdidas irrecuperables o falacia del costo irrecuperable. Se trata de un sesgo cognitivo que nos lleva a tomar decisiones basadas en inversiones pasadas en lugar de evaluar objetivamente los beneficios futuros.
¿Qué es un costo hundido?
Un costo hundido es un gasto que ya se ha realizado y que no puede recuperarse. En teoría, estos costos no deberían influir en nuestras decisiones futuras, ya que no se pueden cambiar. Sin embargo, las personas suelen tener dificultades para desvincularse emocionalmente de estas inversiones pasadas, lo que puede llevar a decisiones poco racionales.
La falacia del costo hundido es un sesgo cognitivo que puede llevarnos a tomar decisiones basadas en inversiones pasadas en lugar de evaluar objetivamente los beneficios futuros. Aunque es un comportamiento natural, reconocerlo y aplicar estrategias para minimizar su impacto puede ayudarnos a tomar mejores decisiones en nuestra vida personal y profesional. Aprender a soltar lo que no nos beneficia nos permite avanzar hacia nuevas oportunidades con mayor claridad y confianza.
Razones psicológicas por las que caemos en el 'costo hundido'
La razón principal por la que caemos en la falacia del costo hundido es que a las personas no les gusta perder. La sensación de pérdida genera un malestar psicológico que tratamos de evitar a toda costa. Abandonar un proyecto en el que se ha invertido tiempo, esfuerzo o dinero significa aceptar que esos recursos nunca se recuperarán, lo que puede ser emocionalmente doloroso. Esta aversión a la pérdida nos lleva a actuar de manera irracional de diferentes maneras:
—Nos aferramos a la esperanza: Persistimos, incluso cuando todas las señales apuntan a un desenlace negativo. Es el caso típico de un emprendedor que continúa con su negocio a pesar de la falta de indicios de mejora.
—Optimismo desmedido: Tendemos a sobrevalorar las probabilidades de éxito de un proyecto que no avanza, convencidos de que con un poco más de esfuerzo o inversión la situación cambiará. Por ejemplo, alguien que ha pasado años en una relación insatisfactoria puede creer que solo es una fase pasajera y que con el tiempo todo volverá a ser como antes. Del mismo modo, otra persona se resiste a cambiar de profesión y a estudiar otra carrera porque ya ha invertido años en su formación y trayectoria laboral.
—Temor al arrepentimiento: Muchas veces nos asusta la idea de abandonar algo y luego darnos cuenta de que, si hubiéramos insistido un poco más, podríamos haber tenido éxito. Este miedo nos inmoviliza y nos lleva a seguir invirtiendo en algo que ya ha demostrado ser inviable.