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El 'vending' es el enemigo pero puedes vencerlo

Las máquinas expendedoras de comida son un actor relativamente nuevo que no ha venido para ayudar a mejorar los hábitos alimenticios de los consumidores; la escasa calidad nutricional de su oferta y su apabullante ubicuidad son la clave, pero hay solución

El consultor dietista-nutricionista Juan Revenga ofrece consejos sobre alimentación / FOTOMONTAJE CG
El consultor dietista-nutricionista Juan Revenga ofrece consejos sobre alimentación / FOTOMONTAJE CG

Ya sea que se esté en el trabajo, de viaje, en el cine, paseando por la calle o donde fuera, muchas personas tienen la necesidad de hacer pequeñas comidas --siendo técnicos, colaciones-- entre las ingestas principales. La finalidad, en principio, no es otra que la de reponer fuerzas en un momento de pausa dentro de la agenda cotidiana.

No es algo exclusivo de esta generación, tus padres, tus abuelos y prácticamente cualquier otra generación ha tenido y tendrá, frecuentemente, esa necesidad. Pero sin tener que llevar la vista muy atrás: ¿te has preguntado como solucionaban tus padres esa cotidiana necesidad de parar un momento y comer algo mientras estaban fuera de casa? Te recuerdo que no había vending.

La oferta es mala (y además es difícil que sea buena)

El perfil nutricional de los productos disponibles en una típica máquina de vending se resume en una palabra: ultraprocesado. Sí, es cierto, hay algunas excepciones, pero se cuentan con los dedos de una mano e incluso nos sobrarían dedos. La oferta habitual consta de refrescos varios, bebidas afrutadas, snacks salados (palitos de pan con semillas, patatitas o similares de múltiples colores... todos ellos con los más variados sabores), snacks dulces (choco-cosas, bollos rellenos de cremas diversas, galletitas, etc.) y sándwiches de surimi, de fiambres de dudosa procedencia y preparados en panes húmedos como una esponja. En el lado de las honrosas excepciones: agua, frutos secos naturales o mínimamente acondicionados (que no son lo habitual) e incluso zumos.

Como se puede comprobar, nada fresco. Nada. Las razones son fáciles de comprender. Por un lado, el producto fresco suele ser más caro y, por el otro, se echan a perder en un plazo mucho más corto que la oferta habitual. Además, requieren de una logística e infraestructura más costosa, empezando por la necesidad de que la máquina sea refrigerada. Por todas estas razones, poner productos frescos, no ultraprocesados, en las máquinas de vending resulta en mayores pérdidas para el distribuidor y, por tanto, en un peor balance de cuentas. Y como no interesa, no suelen estar presentes.

El peligro añadido es su capacidad para colonizar espacios

Me arriesgo y, sin datos objetivos en la mano, apostaría a que nadie en nuestro entorno, sea la hora que sea, está a más de 15 minutos de un refresco de cola, de unas patatitas sabor Tijuana o de unos palitos de pan mediterráneos sabor tomate y orégano. Podemos acceder a estas delicatessen en el puesto de trabajo, en el cine, en los centros escolares, por la calle o incluso en ruta en la autovía entre Albacete y Vigo. Ni que decir tiene que esa accesibilidad es similar si estás en un tren o en un avión. Cierto es que, en estos últimos contextos, la máquina no estará (en muchos trenes sí) pero el surtido de mierdecillas nutricionales se personificará, tal cual, a pie de gasolinera, de solícito tripulante de cabina o de vagón-cafetería.

Esta disponibilidad extrema de opciones poco o nada saludables no existía hace 30 o más años. Así que no podemos dejar de mirar a las famosas máquinas de vending como uno de los elementos principales que han propiciado este entorno malsano. A modo de irónica guasa, puedes comprobar cuántas máquinas de vending ves en un solo día en espacios públicos o privados y, que compares este número, por ejemplo, con el de desfibriladores.

Hay soluciones... solo si quieres

Podríamos ponernos en plan fiscalizador y regular mediante reales decretos y demás la presencia de estas máquinas en centros sanitarios, escolares o donde fuere. Incluso, también y en esta línea, se podría legislar al respecto de sus contenidos. Son acciones que ya se han emprendido en otros países, por ejemplo, Francia, Italia y Portugal lo han hecho (con poco éxito práctico, la verdad, pero ahí está). Incluso, el sector del vending, temiendo lo que se le pueda venir encima, se ha adelantado y ha propuesto una guía de buenas prácticas para un vending saludable. En mi opinión el vending saludable es una utopía. Claro que se puede realizar una oferta a base de productos “de mercado” sin ultraprocesados, pero me da que los costes implícitos serían poco asumibles por el sector, salvo que implicaran unos precios de venta desorbitados, en cuyo caso los consumidores no lo aceptarían. De hecho, las escasas iniciativas que han tratado de poner fruta fresca en estas máquinas han sido poco exitosas, debido, como siempre, a los costes: el del propio alimento en primera instancia, y el de tener que tirar aquellos que se ponían malos dentro de la máquina.

Seamos razonables, ¿tanto cuesta hacer una mínima previsión de dónde vamos a estar a una hora determinada del día y llevarnos algo preparado desde casa? Desde fruta a bocadillos, pasando por el agua y los frutos secos, las opciones son casi infinitas. Es lo que hacían nuestros padres. Y no, no se trataría de desandar el camino, se trataría de avanzar hacia un mejor pronóstico de salud a partir de realizar mejores (y más baratas) elecciones alimentarias. Por descontado, ese tipo de decisiones, vistas con los ojos de nuestros hijos, también servirán como una conducta educadora impagable. Se le atribuye a Albert Einstein esa lapidaria frase que dice que “educar con el ejemplo no es una forma más de educar, debería ser la única”.

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