El bar de Sevilla que resiste al paso del tiempo con los guisos de las abuelas andaluzas

Es un bastión de la cuchara con 4,9 estrellas de valoración y una clientela que lo define como "el último sitio puro que queda"

Un plato de lentejas de Er Caserío, el bar de Sevilla que resiste al paso del tiempo / INSTAGRAM
Un plato de lentejas de Er Caserío, el bar de Sevilla que resiste al paso del tiempo / INSTAGRAM

Huele a azahar y, cada vez más, a brunch globalizado y a fritura rápida destinada al visitante. En el laberinto de calles que rodean la Catedral, la modernidad y la franquicia han redefinido el paisaje gastronómico. La vanguardia exige su sitio y el turismo impone su ley. En este contexto, encontrar la autenticidad no es solo difícil; es casi un acto de militancia. Pero existe.

En Sevilla, en la calle Acetres, número 7, hay un restaurante que ofrece comida de verdad. Se llama Er Caserío. 

La historia de Er Caserío

Este no es un restaurante de moda; es un restaurante necesario. Es el lugar al que los sevillanos acuden cuando sienten la nostalgia del sabor del hogar, y al que los visitantes mejor informados llegan buscando alma; eso que la postal turística ha borrado.

El local data de 1962, pero su apogeo actual se forjó en la década de los noventa. Fue entonces cuando José María Díez y su mujer, Ana Guerra, tomaron las riendas del negocio. En una era que empezaba a coquetear con la deconstrucción y la nouvelle cuisine, ellos hicieron un juramento de lealtad a la tradición. Se quedaron con la carta que había.

El templo del cuchareo: mantener los guisos de las abuelas andaluzas

Décadas después, esa decisión se revela no solo como un acierto comercial, sino como un acto de custodia cultural. Hoy, junto a su hijo Alejandro y su yerno José Luis Lebreros, la familia Díez gestiona uno de los templos de la cuchara mejor valorados de la ciudad, ostentando una casi mística puntuación de 4,9 estrellas sobre 5.

Adentrarse en Er Caserío, con su salón interior de aire rústico y vigas de madera, es un refugio contra el frío y la prisa. La carta es una declaración de principios. Es el recetario de cualquier abuela andaluza que se precie: puchero, patatas guisadas, lentejas con chorizo, potaje de alubias, fabes con almejas y un menudo con garbanzos.

De la pringá en el desayuno al flan de orujo

No hay atajos. No hay fusiones inexplicables. La liturgia de Er Caserío exige tiempo. Exige una carrillada al vino tinto que se deshace con mirarla, unas espinacas con garbanzos que saben a Cuaresma, y ese pilar de la hostelería hispalense que es el solomillo al whisky.

La oferta, que recientemente se ha ampliado a los desayunos –donde, por supuesto, triunfa la tostada de pringá–, se complementa con producto desnudo, como el tomate aliñado o el bacalao con tomate, y con un cierre casero a la altura, como su flan de crema de orujo.

"Es el último sitio puro que queda en Sevilla"

Los clientes, que abarrotan el local de lunes a sábado (de 08:00 a 17.30, pues no abren para cenas), no lo valoran solo por la comida. Lo hacen por el trato y por la honestidad de la relación calidad-precio. Las reseñas son un termómetro de esta devoción. Alejandro P. escribía hace meses sobre el gusto de encontrar "comida de verdad". Roge V. fue más lejos, en una sentencia que resuena a verdad absoluta: "Es el último sitio puro que queda en Sevilla".

Aquí la autenticidad no es un lujo; la casa ofrece un menú del día entre semana que, según las fuentes consultadas, parte de los 15 euros. Incluso aventurándose en la carta, donde no hay menú los fines de semana, el ticket medio rara vez excede los 30 o 35 euros por comensal.