En las salinas del estado de Colima, al oeste de México, el sol, el mar y el viento trabajan en armonía para dar forma a uno de los productos más delicados de la despensa: la flor de sal. Se trata de una capa delgada y crujiente que flota sobre las aguas salinas y que, en el caso de Xalte, se recoge a mano, con paciencia, siguiendo los ritmos naturales del ecosistema.
Lo que distingue a esta sal gourmet es, precisamente, la forma en que se produce. Sin prisa, sin máquinas y solo en los meses del año en los que la climatología lo permite. En un mercado global dominado por la producción en serie, Xalte apuesta por lo contrario: lo hecho con alma, con tiempo y con profundo respeto por el entorno.
Un proyecto nacido desde el terreno
La historia de Xalte es también la de sus fundadores: Santiago Ávalos, Diego Ávalos y Pablo Gómez, quienes emprendieron un viaje hacia lo auténtico. "Conectar con los artesanos fue como mirarse en un espejo: reconocernos en una forma de hacer las cosas con calma, con alma y con mucho compromiso", explica Ávalos.
El proceso no fue rápido. Requirió escucha, observación y aprendizaje. Así descubrieron que compartían con las comunidades locales la calidad del trabajo, el respeto por la naturaleza y el orgullo del oficio bien hecho.
Sal recolectada a mano
La flor de sal de Xalte se forma de manera natural, gracias a la acción combinada del sol, el mar y el viento. La extracción se realiza únicamente durante ciertos meses del año, cuando las condiciones climáticas lo permiten. Es un trabajo manual, paciente y respetuoso.
Apostar por este modelo de producción implica desafíos, como una mayor inversión en tiempo, logística más compleja y costes más elevados. Pero también trae recompensas más profundas. "Cada grano de Xalte contiene una historia que no se puede automatizar", subraya Ávalos.
Un envase tan único como su contenido
La delicadeza no termina en la recolección de la sal. Cada salero de cerámica negra que contiene Xalte está hecho a mano por artesanos de Morelos, utilizando técnicas ancestrales. Ninguno es igual a otro. Esa imperfección buscada es parte del alma del producto.
Desde los recolectores en la costa del Pacífico hasta los ceramistas que moldean cada pieza, Xalte se construye sobre relaciones humanas basadas en la confianza. "Cuidamos las relaciones como cuidamos la sal: con tiempo, presencia y mucho respeto", señala Ávalos.
Artesanía como garantía
Para Xalte, lo artesanal no es un adorno, sino un sello de garantía. Cada lote de flor de sal pasa por controles manuales para asegurar que lo que llega a la mesa de chefs y consumidores es un producto puro, equilibrado y excepcional.
Actualmente, el equipo explora nuevas colaboraciones con otros artesanos de fibras naturales, madera y cerámica tradicional. El objetivo no es otro que crear un ecosistema de productos responsables que conecten el bienestar de las personas con el cuidado del planeta, sin renunciar al sabor ni a la belleza.