De Sevilla al mundo: así se hacen las tortas de Inés Rosales desde 1910

Más de un siglo después de que una mujer emprendedora comenzara a venderlas en Castilleja de la Cuesta, este dulce sigue saliendo desde un rincón del Aljarafe sevillano rumbo a los cinco continentes

Imagen del proceso de fabricación de las tortas de Inés Rosales / Fermín Cabanillas - EFE
Imagen del proceso de fabricación de las tortas de Inés Rosales / Fermín Cabanillas - EFE

A las seis de la mañana, en una nave blanca rodeada de olivares, suena el primer golpe de masa. Es el sonido firme, repetido, de unas manos que estiran con precisión la porción exacta de harina, aceite de oliva virgen extra, azúcar, anís y ajonjolí. Un gesto que lleva 115 años perpetuándose.

La historia de las tortas de aceite de Inés Rosales es la de un producto convertido en emblema cultural. Pero también, y sobre todo, es la historia de una mujer que, en los albores del siglo XX, decidió emprender. Inés Rosales Cabello, natural de Castilleja de la Cuesta (Sevilla), comenzó a vender sus tortas por encargo en las estaciones de tren y en las ferias de los pueblos colindantes. Ella misma las hacía, una a una, siguiendo una receta tradicional que aprendió en casa. Pero, lo que comenzó como un pequeño negocio doméstico se convirtió, con los años, en un fenómeno.

“Cada torta es única”

Más de un siglo después, la empresa que lleva su nombre factura 19 millones de euros anuales y exporta a 35 países. Pero en lo esencial, nada ha cambiado; y es que las tortas siguen elaborándose a mano, una a una. A diferencia de casi cualquier otra empresa alimentaria de ese tamaño, aquí no hay moldes metálicos ni sistemas automáticos de prensado. La forma, el grosor y la textura siguen dependiendo exclusivamente del tacto de las trabajadoras.

Imagen del proceso de fabricación de las tortas de Inés Rosales   INÉS ROSALES
Imagen del proceso de fabricación de las tortas de Inés Rosales / INÉS ROSALES

“Cada torta es única”, explica Ana Moreno, directora de Comunicación, Relaciones Institucionales y Sostenibilidad de la empresa, que mantiene su trabajo directivo como el de una empresa familiar, a pesar de los números que maneja. 

La herencia de Inés

Inés Rosales murió en 1934, a los 42 años. Para entonces, su producto ya era ampliamente conocido en Andalucía. Su muerte prematura truncó una trayectoria empresarial insólita para una mujer de su época, pero la empresa no desapareció. Fue un familiar cercano -apodado “el Tito”- quien tomó las riendas en los años más inciertos. Después, su hijo continuó la labor, hasta que en 1985, cuando la empresa bordeaba la desaparición, fue adquirida por Juan Moreno, empresario de Chiclana (Cádiz), que vio en aquella receta olvidada una oportunidad de futuro.

Inés Rosales vendiendo sus tortas   INÉS ROSALES
Inés Rosales vendiendo sus tortas / INÉS ROSALES

Seis años más tarde, en 1991, construyó la actual fábrica en Huévar del Aljarafe, un municipio a solo 30 kilómetros de Castilleja de la Cuesta. Desde allí, la empresa ha crecido sin renunciar a sus principios fundacionales. La plantilla, compuesta en su mayoría por mujeres, suma hoy 145 empleados, un 4% más que en el ejercicio anterior. 

Una industria sin prisa

El éxito de Inés Rosales podría parecer paradójico en una industria alimentaria que ha hecho de la estandarización su principio rector. Las tortas se elaboran diariamente en turnos que comienzan al amanecer. La masa se reposa en grandes cubas, se divide en porciones y pasa a manos de las operarias, que les dan forma y las colocan con precisión sobre bandejas para su horneado.

No hay prisa. El proceso es lento, deliberado, casi ritual. La cocción, también controlada manualmente, permite obtener esa textura que cruje sin romperse, que se deshace sin desmoronarse. Es una torta sencilla, humilde en su concepción, pero refinada en su ejecución.

Sin perder el carácter

Cada día se producen alrededor de 300.000 tortas. Al año, unas 11 millones. A eso se suman 450.000 kilos de otras variedades del catálogo (rosquillas, picos, productos sin azúcar) que amplían la oferta sin eclipsar el producto estrella. La expansión internacional no ha llegado de la mano de grandes campañas de marketing, sino gracias al boca a boca, a la fidelidad de consumidores nostálgicos, y a una cuidada presencia en tiendas gourmet, panaderías especializadas y supermercados con sensibilidad por lo artesanal.

Pese a la dimensión internacional del negocio –la marca domina el mercado español con un 80% de cuota, y vende en Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Japón y América Latina– la organización conserva un carácter familiar y una estructura operativa que parece resistirse al vértigo del crecimiento. 

De abuela a nieta

En los últimos años, la marca ha reforzado su compromiso con la sostenibilidad y el entorno. La fábrica opera con energía solar, utiliza materiales reciclables para el embalaje y trabaja con proveedores locales siempre que es posible. 

Quizá por eso, hablar con el equipo de Inés Rosales no remite tanto a una empresa como a una comunidad. Muchas de las trabajadoras llevan décadas en el puesto. Algunas son hijas o nietas de otras empleadas. El ambiente recuerda más a un obrador de pueblo que a una fábrica que factura millones.

De Sevilla al mundo

El futuro de la empresa pasa por reforzar su presencia internacional. Para 2025, el objetivo es aumentar la proporción de ventas en el exterior, sin modificar el proceso productivo. Y en ese equilibrio –entre la modernidad y la memoria, entre la expansión y la fidelidad a un gesto–reside el verdadero milagro de Inés Rosales. Una empresa que, en plena era digital, sigue creyendo en la virtud de unas manos amasando, en el valor de lo pequeño, en el peso de una tradición.

  Imagen del proceso de fabricación de las tortas de Inés Rosales, en su fábrica de Huévar del Aljar
Imagen del proceso de fabricación de las tortas de Inés Rosales, en su fábrica de Huévar del Aljarafe / Fermín Cabanillas - EFE

Al morder una torta de aceite, uno no está simplemente consumiendo un dulce. Está participando, de algún modo, en una historia. Una que comenzó hace 115 años, con una mujer, una receta y un sueño. Y que sigue escribiéndose, torta a torta, desde un rincón del Aljarafe sevillano hacia el mundo.