Así cambia la forma de salir a cenar para quienes toman Ozempic

Este fenómeno va más allá de la pérdida de peso y sus efectos colaterales empiezan a notarse en terrenos tan cotidianos como la mesa del restaurante

Personas salen a cenar / UNSPLASH
Personas salen a cenar / UNSPLASH

Michael Foote se encontraba en Soothr, un restaurante tailandés del East Village en Manhattan, cuando un momento de lucidez interrumpió su cena. De repente, notó que era el único en la mesa que seguía comiendo con entusiasmo. “Habíamos pedido toda esta comida y estábamos compartiendo todo”, cuenta al New York Times, “pero yo me estaba atiborrando, y todos mis amigos solo daban pequeños mordisquitos”.

Foote, abogado de 36 años, mide 1,95 metros y pesa 95 kilos. Aprecia la buena comida y no lo oculta. Pero últimamente se ha convertido en el glotón designado de su grupo. Casi todos sus amigos están tomando medicamentos GLP-1, como Ozempic o Mounjaro, que reducen drásticamente el apetito y están transformando no solo cuerpos, sino también códigos sociales.

El fenómeno GLP-1 y la mesa compartida

Los agonistas del GLP-1, originalmente desarrollados para tratar la diabetes tipo 2, han adquirido un rol estelar en la batalla contra la obesidad. Para muchos, representan una vía rápida y aparentemente sencilla para perder peso, sin necesidad de grandes sacrificios ni cambios drásticos en el estilo de vida. La fiebre por este fármaco es difícil de concretar, pero palpable en las redes sociales y en las farmacias.

Un medico sostiene una caja de Ozempic / EP - LUDA PARTNERS
Un medico sostiene una caja de Ozempic / EP - LUDA PARTNERS

Este fenómeno, sin embargo, va más allá de la pérdida de peso. Sus efectos colaterales empiezan a notarse en terrenos tan cotidianos como la mesa del restaurante. Las normas de etiqueta, la dinámica social en cenas compartidas y la vivencia individual de comer en público están siendo replanteadas. “Estamos en un periodo de flujo y cambio, y la gente está aprendiendo a navegar por esto”, resume David Wiss, nutricionista y doctor en salud pública.

¿Te pasa algo con la comida?

Salir a cenar, una de las experiencias culturales más compartidas y valoradas, ha dejado de ser una actividad homogénea. En algunas mesas, los platos regresan casi intactos a la cocina, mientras que en otras se acumulan restos sin terminar. 

Algunos comensales se preocupan por parecer descorteses al dejar comida, otros se sienten incómodos por ser los únicos que realmente comen. Y cuando llega la cuenta, la división equitativa puede levantar más de una ceja.

Los restaurantes no son ajenos

Los restaurantes tampoco son ajenos al fenómeno. Menús degustación de diez pasos o platos principales generosos pueden generar desconcierto cuando el cliente apenas prueba uno o dos bocados. Algunos optan por menús más flexibles, otros buscan maneras de adaptar la experiencia sin sacrificar la hospitalidad ni la calidad del servicio.

En ciertos círculos, lo habitual ya no es brindar con vino, sino rechazarlo con una sonrisa y una explicación: “Estoy con Ozempic”. Al igual que ocurre con el alcohol, la presión social para participar –aunque sea con un pequeño bocado– sigue presente, y aprender a sortearla sin culpa se ha vuelto parte del proceso de adaptación.

Más allá del control de peso

Pero no todo es incomodidad. Muchas personas aseguran que, tras años de ansiedad por la comida, los medicamentos les han dado un nuevo tipo de libertad: menos obsesión, menos culpa, más control. Comer fuera ya no es un campo de batalla mental. La comida, para ellos, ha dejado de ser un foco constante de pensamiento.

Además, los efectos de los agonistas del GLP-1 no se limitan a la alimentación. Estudios recientes sugieren que también disminuyen el deseo de beber alcohol. Esto ha generado, en algunos grupos, una transformación integral del estilo de vida: cenas más ligeras, sobremesas más sobrias y, para algunos, una vida social menos centrada en el consumo.

Comer menos, compartir más

La dinámica de grupo también ha cambiado. Quienes no toman estos fármacos a veces encuentran ventajas inesperadas: más comida disponible, menos presión por terminar los platos, un ritmo más pausado. Pero también puede surgir cierta tensión, especialmente cuando se siente que compartir ya no implica un disfrute simétrico.

Un grupo de amigos durante una cena / PEXELS
Un grupo de amigos durante una cena / PEXELS

Por otro lado, algunos se adaptan con naturalidad: comen menos al ver que los demás también lo hacen, beben con más moderación o agradecen no tener que justificar su apetito reducido. Lejos de ser un obstáculo, para ellos el nuevo paradigma es una oportunidad para replantearse la relación con la comida y con los demás.

Un nuevo capítulo para la cultura del comer

La revolución del GLP-1 plantea una pregunta que va más allá de lo nutricional: ¿cómo cambia una sociedad cuando sus rituales más arraigados se ven modificados por la farmacología? Desde la forma en que pedimos un menú hasta la manera en que compartimos la cuenta, pasando por cómo nos miramos al comer –o no comer– delante de otros, todo parece estar en revisión.

En este nuevo escenario, donde el apetito ya no es universal ni constante, comer ha dejado de ser simplemente una necesidad o un placer, también se ha convertido en una forma de negociación social.