Cocodrilo, emú y alce en Vallecas: así es el exotismo cercano del bar Macarena
El dueño de este singular local situado fuera de la almendra central capitalina recuerda que “no siempre vas a comer mejor por pagar más”
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Enfrente hay una tienda de pinturas, un locutorio y una correduría de seguros. En el exterior del local, la terraza la componen tres barriles y dos mesas altas sobre las que se apostan los clientes. Una vez que uno accede al interior, el escudo del Rayo puede hacer pensar que el Macarena es un astro más de la galaxia de bares del barrio madrileño de Vallecas. Pero si uno presta atención a las pistas, puede intuir que no es un sitio normal. El personal, que se reduce a los dos dueños y algún colaborador puntual, viste un polo con el simpático dibujo de una avestruz, y aquí y allá se ubican cáscaras de huevos que podrían parecer sacadas del set de Jurassic Park.
Pero son reales: de emú, de avestruz, de oca o de ñandú. El exotismo es, de hecho, la propuesta vertebral del local, donde uno puede tomar su Mahou acompañada de platos típicos de cocina española, pero también de unas suculentas croquetas de carne de jabalí con maracuyá (2,50 euros la unidad), de canguro con mango o de cebra con mandarina.
“Lo que metemos en la carta es lo que nos gusta”
“Lo que metemos en la carta es lo que nos gusta a nosotros. Tanto mi mujer como yo hemos viajado mucho y hemos probado muchas cosas”, cuenta a este medio Javier García, el propietario, que desde hace 18 años regenta este templo insospechado del sabor ignoto.

“Como pensamos que no somos ni raros ni diferentes, en su momento decidimos montar algo con este tipo de productos. ¿Por qué lo hicimos fuera de la almendra central? Más que nada por el precio. Los alquileres son más baratos, los locales son más coquetos… Yo vendo aquí la carne de canguro a 22,50 euros. En la almendra central se puede vender a treintaitantos”, razona.
“No siempre por pagar más vas a comer mejor”
Su intención es demostrar que se puede acudir a comer bien a un establecimiento singular que no esté en el centro. Así se lo comentaron al presidente de la Academia Iberoamericana de Gastronomía, que acudió allí en marzo de 2024. “No siempre por pagar más vas a comer mejor. Mi carne de canguro, de cocodrilo (que viene de Namibia) o de bisonte no es mejor que la que te puedan servir en el centro, pero desde luego tampoco es peor. Todos las compramos en las mismas granjas”, expone García.
En este sentido, el mayor reto que supone tener un restaurante de este tipo, admite, es dar con buenos proveedores. Es una tarea que exige una labor casi diplomática: “Te obliga a ir a consulados. Yo he leído infinidad de libros esperando a ser atendido en consulados. Pensemos, por ejemplo, en el búfalo, que es de las aguas de Chile. Pues ellos también te orientan, tienes que ir a pedir permisos… Comenzar es mucho papeleo”.
Particularidades de los huevos de avestruz
En contra de lo que uno podría pensar, el dueño del Macarena explica que los huevos son “lo más fácil de traer”, puesto que vienen muy protegidos. Eso sí, tienen muchas particularidades: un huevo de avestruz (que viene con un contundente acompañamiento y tiene un precio de 71,50 euros) puede consumirse desde la puesta hasta casi dos meses después. “Nosotros intentamos que se consuma antes de que se cumplan diez días. El sabor varía mucho”.
Como ha sucedido con los de gallina, García reconoce que han subido de precio. “El huevo de avestruz equivale a unos 24 o 26 huevos de gallina. Lo curioso es que tiene menos colesterol, y de hecho el avestruz en general es uno de los animales más sanos que hay”, expone.

Carne de cocodrilo
Más sorprendente aún resulta conocer que “la carne de cocodrilo es una de las más recomendadas para los culturistas, según me dijo una nutricionista”.
Las raciones cárnicas son generosas (250 gramos) y vienen con guarnición de patatas, pero el cliente debe estar dispuesto a dar el paso. Y García es consciente de que no todos se atreven con la carne de bisonte (36 euros), de alce (34,50) o de cebra (29,50 euros). “En otros países el consumidor es más propenso a probar cosas distintas. Aquí en España somos más reticentes, las mujeres, sobre todo. Es curioso. A mí me gusta mucho hablar con las mesas, y no tengo que convencer a nadie, pero es verdad que no todos se deciden”.

Cliente variado
El perfil del cliente también es variado: hay currantes, parroquianos que viven cerca y exploradores resueltos. “Tengo clientes que, cada vez que pasan por Madrid, vienen al local. Luego tengo otro cliente de cercanía, del barrio, y por último gente del centro que se desplaza”, describe García.
“Al final, estableces una conexión con el cliente, y eso también lo valoran. Quienes atendemos somos mi mujer y yo. Y la sonrisa de cuando se marchan es lo más satisfactorio. Me encanta esa amenaza que nos lanzan muchos: volveremos. Y suele ser cierta”.
