En la cartografía íntima del sufrimiento humano, hay un territorio vasto y apenas comprendido. No siempre avisa, pero cuando llega para quedarse, lo cambia todo. El dolor crónico no es solo una dolencia física, sino que altera rutinas, relaciones, futuro y hasta la identidad.
Para el doctor Alfonso Vidal, jefe de la Unidad del Dolor del Hospital Universitario La Luz y en Hospital Quirónsalud Sur, tratarlo requiere mucho más que analgésicos. En una entrevista con Consumidor Global, el especialista desgrana el impacto de esta condición en millones de personas y por qué su abordaje exige una visión integral, humana y coordinada.
Qué es el dolor crónico (y qué lo diferencia del dolor agudo)
“El dolor es una experiencia sensorial y emocional desagradable”, comienza Vidal. Pero esa definición se convierte en un umbral hacia algo más hondo cuando añade que “cuando este dolor se perpetúa después de que la causa que lo produce ha desaparecido o cuando dura en el tiempo más de tres o cuatro meses, decimos que este dolor es crónico”.
“La diferencia con el dolor agudo es que este se relaciona claramente con una causa, con un daño... El dolor crónico casi siempre tiene que ver con cuadros mantenidos en el tiempo o degenerativos”, explica el médico. Así, el dolor crónico no es tanto un síntoma como una condición.
El cuerpo y la mente, inseparables ante el dolor
Uno de los mayores errores al tratar el dolor, según Vidal, es pensar que el sufrimiento físico puede separarse del mental. “Me gusta explicar, con el respeto a todas las creencias, que el alma inmortal no existe fuera del cuerpo. Tanto el dolor como el pensamiento como los músculos o las tripas están dentro de nuestro organismo y están interconectados”, resalta el experto.
La terapia, entonces, no puede permitirse la frivolidad de los compartimentos estancos. “Es imprescindible tratar de una forma conjunta el cuerpo y la vivencia que la persona hace de ese cuerpo, lo que llamamos mente”, insiste el doctor. Es en ese entramado donde el sufrimiento cobra forma y donde debe abordarse.
El dolor como maldición cotidiana
El impacto del dolor crónico va mucho más allá del malestar físico. “El problema de la convivencia con el dolor no es tanto la continuidad, que sin duda es muy importante, sino la intensidad. Cuando este dolor modifica sustancialmente tu capacidad o tu libertad, entonces se convierte en una maldición”, alerta Vidal.
Esta modificación no sólo es física; se extiende como una mancha de tinta a lo emocional y lo social. “La incapacidad y la pérdida de libertad no solamente tiene una repercusión en el hecho de tener que utilizar la otra mano o la otra pierna, sino en la pérdida de oportunidades, en la frustración que puede generar algo que limita decisivamente tu vida”, comenta el experto.
Diagnóstico y tratamiento
A pesar del avance tecnológico, Vidal insiste en que el diagnóstico del dolor sigue dependiendo, sobre todo, de la experiencia clínica y de la escucha activa. “Para evaluar el dolor nos basamos en la experiencia, en el relato del paciente, en la historia clínica y también en la exploración”, declara.
Aunque se vale de resonancias, electromiografías o ecografías, la advertencia del médico es clara: “las pruebas diagnósticas tienen sus límites, si uno está feliz o triste, no aparece ni en una radiografía ni en una resonancia”.
El uso de opioides
Vidal no esquiva los complejos debates contemporáneos, como el uso de opioides. “Los opioides son unos excelentes analgésicos, pero pueden llegar a ser extremadamente peligrosos si se utilizan mal”, avisa. Asegura que, con una dosificación adecuada y supervisión experta, se puede minimizar el riesgo de dependencia o efectos adversos.
Pero la farmacología no es un dogma cerrado. “El tratamiento farmacológico debe ir siempre acompañado de recomendaciones de estilo de vida, alimentación, descanso, ejercicio, relaciones sociales”, subraya. El dolor, como la salud, es plural.
Terapias físicas, mentales y nuevas tecnologías
Más allá de los opioides, el doctor menciona otros recursos farmacológicos como los neuromoduladores, antiepilépticos o antidepresivos, que pueden potenciar el efecto de los analgésicos tradicionales.
Este abordaje holístico encuentra en las terapias no farmacológicas un campo fértil: fisioterapia, acupuntura, radiofrecuencia, medicina regenerativa. Incluso técnicas como la meditación y el mindfulness, a veces subestimadas, cuentan con respaldo del experto. “Existen trabajos de investigación que refuerzan el papel del control del estrés, la relajación y otras estrategias de conocimiento y voluntad”, destaca.
Ciencia, consuelo y futuro
Frente a la tiranía de la inmediatez, Vidal reivindica una medicina que también sabe consolar. “Decía Zubiri que nuestra labor como médicos debía ser curar siempre que se puede, aliviar muchas veces y consolar siempre”, cita. No es una renuncia; es una ampliación ética del deber médico.
En los próximos años, espera ver avances en “fármacos o dispositivos neuromoduladores de acción externa, alta eficacia y bajo coste”. Y mientras tanto, sigue confiando en el trabajo multidisciplinar –“dos ojos ven más que uno”-- y en el compromiso humano que convierte al dolor, si no en un enemigo vencido, al menos en un visitante comprendido.