¿El último clavo en el ataúd del NutriScore?

Planteado en 2017 como el oráculo definitivo de la verdad nutricional, este "etiquetado frontal" se metió de polizón en media docena de países sin contar con la Comisión Europea, pero hoy casi todo el mundo le da espalda, incluida la propia UE

El consultor dietista-nutricionista Juan Revenga escribe sobre la obesidad / FOTOMONTAJE CONSUMIDOR GLOBAL
El consultor dietista-nutricionista Juan Revenga escribe sobre la obesidad / FOTOMONTAJE CONSUMIDOR GLOBAL

La historia del NutriScore es corta pero intensa. Siempre ha estado en el ojo del huracán porque siempre ha sido motivo de polémica por diversas cuestiones. Desde sus planteamientos científicos, bastante cuestionables, a la forma en la que las administraciones de diversos países han tratado de apoyar, y pasando por sus más que cuestionables aliados entre las principales multinacionales de la alimentación (y de los ultraprocesados), este etiquetado frontal parece que finalmente hace las maletas y se marcha por la puerta de atrás.

La Comisión Europea y muchas marcas le han dado finalmente la espalda y, en España, el NutriScore no aparece mencionado en la reciente Estrategia Nacional de Alimentación.

¿Qué es el etiquetado frontal?

Muy en resumen por “etiquetado frontal de los alimentos” (en inglés front-of-pack-labelling) es un tipo de información nutricional que la Comisión Europea afirma que es susceptible de incluirse en la parte frontal del envase o en el etiquetado de alimentos. Así, más allá de la lista de ingredientes, de la típica información nutricional (donde figura el valor energético del producto, las cantidades de carbohidratos, proteínas, grasas, etcétera) y de las declaraciones nutricionales (alto en fibra, bajo en sal, etcétera), la información referente al etiquetado frontal debería servir a los consumidores para darles una información resumida sobre la idoneidad nutricional del comestible en cuestión.

Existen diversos tipos de “etiquetados frontales”. Y posiblemente habrá más. Uno de los más típicos es el “semáforo nutricional”, otro los “sellos de advertencia” (típicamente chilenos pero hoy presentes en muchos países de Centro y Sudamérica), otro más el “KeyHole” típico en países del norte de Europa... y así se podrían contar media docena larga de sistemas de “etiquetado frontal”. Y el NutriScore es uno más. Cada sistema tiene sus pros y sus contras, así como su propio algoritmo, con el que se termina haciendo una valoración de los alimentos envasados. Y, cómo no, cada sistema tiene más o menos vínculos con la industria alimentaria o, cuando menos, es recibido por esta con más o menos alegría u hostilidad.

¿En qué consiste el NutriScore?

La valoración del NutriScore se plasma en un pictograma con letras (A, B, C, D, E) en el que se destaca una de ellas. Además, las letras siempre se representan en un gradiente de colores que van desde el verde intenso de la A, al rojo intenso de la E. Así, en cada producto la nota consiste en hacer destacar una de las cinco letras transmitiendo un gradiente de idoneidad nutricional de la A, el mejor, a la E, el peor.

NutriScore más como problema que como solución

El primer problema del NutriScore radica en el algoritmo que usa para ponderar las distintas variables que terminan en la nota final. Tienes un pormenorizado análisis de estas cuestiones en este detallado artículo. A mi modo de ver los criterios que usa (o usaba) son muy cuestionables y, además, modificables a golpe de timón en virtud de la aceptación y de las críticas que a lo largo de su corta existencia recibió.

Una de las cuestiones que más ha perjudicado la imagen del NutriScore, y no me extraña, es la de haber ido de la mano de los peores aliados en esto de la alimentación saludable. Me refiero a muchas de las principales multinacionales de la alimentación, caracterizadas por poner en el mercado toneladas de productos ultraprocesados y de tener una agresiva y más que cuestionable forma de entender el márquetin. Me refiero a multinacionales como Danone, Nestlé, General Mills y Kellogg entre otras. Lo más curioso es que incluso las propias marcas decidían en qué gamas lo usaban y cuáles no. Es decir, las marcas eran aliadas, pero escogían qué productos lucirían el NutriScore (evidentemente, aquellos en los que la nota fuera positiva) y en cuáles no. Si eso es ayudar al consumidor, ya no sé en qué puede consistir el engaño.

Los años dorados de NutriScore

Dorados, lo que se dice dorados, no hubo ninguno, pero sí que es cierto que entre 2018 y 2021, en general y en ciertos países europeos, entre ellos España, parecía que había muchos recursos --¿económicos, presupuestarios, publicitarios?-- para poner en alza al NutriScore y que este permaneciera en el candelero... aunque fuera a base de cambiar su algoritmo para mantener contentos a administraciones y multinacionales. Para que nos entendamos el pretender nadar y guardar la ropa de toda la vida.

Pero sea como fuere, todas las cuestiones relativas a la oficialidad e incluso obligación de usar uno u otro etiquetado frontal en la Europa de los 27, pasan por el dictamen de la Comisión Europea. Pero este no llegaba.

'This is the end, my friend, the end'

Y parece que no llegará. En 2020 la Comisión Europea se comprometió a estudiar la posibilidad de introducir como obligatorio un sistema de etiquetado frontal en los alimentos como parte de su estrategia “De la granja a la mesa”. Para ello, anunció, estudiaría todas las posibilidades --incluida, claro está, el NutriScore-- y se comprometió en dar una respuesta para 2022. La fecha se aplazó posteriormente a principios de 2023, luego a finales de 2023 y, hasta la fecha, esa respuesta no ha llegado. Ni para el NutriScore ni para ningún sistema.

Más aún, las últimas noticias, apuntan hacia el hecho de que la Comisión Europea abandonará la implementación del NutriScore, según un informe interno. La clave, es más que probable, se deba a las innumerables absurdeces en las que incurre (palabras de Dariush Mozaffarian, uno de los epidemiólogos más relevantes en el panorama mundial en relación con los alimentos).

Este descenso a los infiernos era algo relativamente previsto cuando las diversas multinacionales que antes lo promovían y alentaban su uso, lo fueron abandonando uno tras otro a medida que los cambios en el algoritmo de NutriScore se sucedían y las notas obtenidas en los productos de estas marcas dejaron de ser tan buenas o, directamente pasaron a ser malas. El caso más destacado ha sido el de Danone, uno de los principales impulsores del NutriScore desde sus inicios.

Si miramos hacia dentro, España siempre ha sido uno de los países que tradicionalmente ha apoyado el uso (siempre voluntario) del NutriScore. Desde que se dio a conocer en 2018 las notas de prensa del Ministerio de Consumo se han contado por docenas a la hora de impulsar su uso, ha sido objeto de diversas publicaciones en la revista de la AESAN y ha estado presente, siempre para ponerlo en alza, incluso en las redes sociales de los representantes públicos (aunque no siempre con la necesaria coherencia). Sin embargo, hace tiempo que no se habla ni se dice nada de nada sobre él. Es más, el NutriScore ha sido el gran ausente en la reciente publicación de la Estrategia Nacional de Alimentación en la que, es curioso, se hace mención de la necesidad de “desarrollar un sistema de etiquetado frontal” pero no se nombra ni directa ni indirectamente al NutriScore. Dicen que no hay mayor desprecio que no hacer aprecio.

¿Quiere decir todo esto que el NutriScore desaparecerá y nunca se volverá a hablar de él? Ojalá sea que sí, pero no lo sé. Aunque ese camino lleva.