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¿Existen las macrogranjas de cerdos porque los consumidores sólo quieren carne barata?

España se ha convertido en el país europeo donde más carne se consume, a veces a costa del bienestar de su principal materia prima

Un cerdo dentro de una zona vallada en una de las macrogranjas / PIXABAY
Un cerdo dentro de una zona vallada en una de las macrogranjas / PIXABAY

La polémica con las macrogranjas ha abierto, una vez más, el debate en España sobre cómo se tratan a los cerdos en algunos negocios, uno de los animales más consumidos por los ciudadanos. El refrán que dice eso “del cerdo hasta los andares” se puede aplicar en el mercado español. Para el consumo y hasta para operaciones médicas pioneras –como el primer transplante con éxito de un corazón de cerdo a un humano–, este tipo de ganado se explota desde múltiples vertientes y no siempre como se debería. 

Según Greenpeace, de los cerca de 910 millones de animales que se destinan al año al consumo humano, 56 millones son cerdos. Desde la organización hablan de un crecimiento brutal en los últimos años de la producción de porcino. “España fue el país que más creció en cuanto a censo de este tipo de animales entre 1996 y 2020, llegando a ser un 22 % del total”, valoran. Según dicen, España no solo ha crecido en este sentido, sino que se ha convertido en el país europeo donde más carne de cerdo se consume, de manera muy excesiva.

Cerdos en una macrogranja / PEXELS
Cerdos en una macrogranja / PEXELS

Macrogranjas para ofrecer precios bajos al consumidor 

“Los cerdos son explotados en fábricas en condiciones poco deseables. Como la del grupo Fuertes, que engloba a la marca El Pozo. Allí el hacinamiento y la suciedad son deprimentes”, declara Greenpeace. Aunque la organización defiende la ganadería extensiva, afirma que en España se les da “mala vida” a los cerdos. “Es una auténtica industria: da igual el producto, se trata de producir mucho, rápido y barato. Y aunque digan que cumplen los estándares de bienestar animal, eso no es lo que vemos”, denuncian.

Unai Beitia, co-propietario de la explotación familiar vasca Itturbaltza, pone el foco en el modo de consumir de los usuarios. “No sólo se explota el cerdo, sino los productos que se pueden producir y vender baratos. La industria produce barato porque es lo que el consumidor está dispuesto a pagar”, analiza, y precisa que, en 2022, los españoles no destinan ni un 10 % de su presupuesto a la alimentación.

En España hay 48.000 granjas pequeñas

Según Beitia, su explotación produce lomos que vende por 24 euros el kilo y que en Carrefour o Lidl se encuentran por un rango que oscila entre los 3 y 8 euros. “No podemos producir más barato”, lamenta. Desde su punto de vista, al consumidor le gusta el modo de producción de las macrogranjas, que sólo cambiará cuando “valore lo que compre y en vez de un iPhone tenga una nevera con productos de calidad”.

Desde la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPA), aunque apuestan por cerrar las granjas que no cumplan las normativas, sostienen que “48.000 granjas en España son pequeñas y unas 2.000 forman parte de la categoría más grande (macrogranjas)”. “El tejido español tiene que estar basado en pequeñas y medianas explotaciones familiares”, aseguran.

Varios cerdos libres en el campo / PIXABAY
Varios cerdos libres en el campo / PIXABAY

Del cerdo se aprovecha todo, hasta en la medicina

La explotación de cerdos también ha llegado al campo de la medicina. Prueba de ello es la noticia del trasplante de un corazón de un cerdo modificado genéticamente a un hombre de 57 años en Estados Unidos. Según Fabiola Leyton, profesora colaboradora de los Estudios de Derecho y Ciencia Política de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y experta en bioética, esto atiende a la forma en la que la sociedad considera al animal como “un objeto de consumo, como un mero instrumento al uso a la medida de los seres humanos”.

La especialista, que llama la atención en torno al complicado proceso en el que los cerdos son involucrados y al número de animales que resultan perjudicados para que un trasplante tenga éxito, acusa al consumidor de considerar que “la vida de cualquier animal vale si él obtiene sus derechos satisfechos” y que “ya no importa ni la conciencia del animal, que está totalmente a nuestra disposición”.

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