La historia genial de un bar que sirve cócteles con perfume
El museo dedicado a un alquimista ruso inexistente es la excusa perfecta para una coctelería donde cada trago se huele antes de beberse
Hay un cartel en la pared, escrito en ruso, que Enric Rebordosa traduce sin apartar la mirada: “Nada evoca tanto el pasado como un olor”. Es una cita de Vladimir Nabokov y, más que una decoración, es la tesis sobre la que se construye todo el universo de Stravinsky’s Parfumerie.
No he venido a una coctelería. O no solo a eso. He cruzado el umbral de un local en la calle Brosolí (Barcelona), a escasos metros de su hermano mayor Dr. Stravinsky, para entrar en un museo dedicado a una figura que nunca existió, pero cuya vida se siente real en cada objeto expuesto. “El museo es falso”, avisa Rebordosa.
La antesala de la coctelería
Rebordosa, socio del Grup Confiteria y demiurgo de esta fantasía, guía a través del museo, que sirve de antesala, y comienza a desgranar la vida de Grigori Stravinsky, un personaje que él mismo ha creado. Nos lo presenta como el hermano olvidado del célebre compositor Igor Stravinsky, un alquimista y maestro perfumista cuya biografía inventada sirve de hilo conductor para explorar la historia rusa de finales del siglo XIX y principios del XX.

En las vitrinas de aquel “inventado” museo, se observan frascos de farmacia antiguos, fotografías en sepia, libros ajados y viejos utensilios de perfumería. Rebordosa matiza que es una “recreación histórica” donde el 90% de las piezas son auténticas de la época. La única invención es el propio Grigori.
Relación con Coco Chanel y Picasso
Su vida ficticia nos lleva de la Lutsk fronteriza de 1888 al San Petersburgo imperial, del París de la Belle Époque –donde se codea con Coco Chanel, Misia Godebska y Picasso, entre otras celebridades– a una Barcelona de posguerra, miserable y crepuscular, donde encuentra su fin. “Yo mismo invalido la historia de este hombre que hizo una perfumería, pero me sirve porque así puedo enseñar una con regusto ruso y francés en este barrio que, como sabéis, era el más hundido de la ciudad hasta entrado el siglo XX”, reconoce el anfitrión tras dar numerosas referencias e información.

“Son demasiados datos, pero es divertido. Al menos, eso es lo que me interesaba: explicar la ascendencia rusa en el pensamiento del final de la Belle Époque”, destaca. Todo está contado en una película que se proyecta en bucle y en los textos que acompañan la exposición, siempre en ruso, sumergiendo al visitante en una atmósfera de exilio y nostalgia. Ahora sí, entramos en la coctelería.

Una coctelería donde todos los cócteles se terminan con perfume
Para acceder a la coctelería, hay que hacerse socio a través de un rápido registro digital. Es un gesto que refuerza la sensación de estar entrando en un club privado, un speakeasy que esconde algo más que cócteles. Una vez dentro, el espacio cambia. La madera noble, los espejos biselados y los arcos de la barra, inspirados en una perfumería parisina de los años 20, evocan un lujo perdido. Al fondo, se adivina otro espacio, el Playroom, un laboratorio de mármol verde y acero donde se impartirán formaciones y que contrasta con la calidez del bar principal.

Aquí el concepto cobra vida. César Montilla, bar manager y copropietario, explica que, a diferencia de la vanguardia experimental de Dr. Stravinsky, la propuesta de la Parfumerie se centra en “coctelería clásica con un twist”. Ese giro, ese matiz, lo aportan ingredientes afines a la perfumería y, sobre todo, el aroma final. Es, según confirman, la primera coctelería del mundo donde absolutamente todos los cócteles se terminan con perfume.
Pruebo el cóctel estrella: el Bella Dorita
La carta presenta 16 creaciones, cada una dedicada a un personaje del entorno de Grigori. Pero la cifra es engañosa. Cada cóctel ofrece tres perfumes preseleccionados para elegir, lo que multiplica las posibilidades a 48 combinaciones. David Norcini, el bartender italiano, prepara el cóctel mientras su compañero sueco, Julian Mayrhofer, lo sirve en pequeños vasos. En este templo de la nostalgia rusa, no hay un solo ruso tras la barra.

Pruebo el cóctel estrella (Bella Dorita) al que se le puede echar un perfume especiado, cítrico o picante. Elijo la primera opción y Mayrhofer aplica tres pulverizaciones precisas sobre la copa. El aroma, me advierten, tendrá una duración de unos 15 minutos, transformando la experiencia de cada sorbo. Su precio: 15 euros.
“Siempre se huele un vino, pero nunca un cóctel”
El primer impacto es olfativo. Antes de que el líquido toque mis labios, es el perfume el que me transporta. El sabor del cóctel es impecable, pero el aroma añade una capa de complejidad que juega con la mente. Es una experiencia que te obliga a prestar atención, a conectar el paladar con la nariz de una forma que, como bien apuntan, está muy explorada en el vino, pero es extrañamente ajena a la coctelería. “Siempre se huele un vino, pero nunca un cóctel”, señala Montilla.

Incluso ofrecen versiones sin alcohol de cada cóctel, democratizando la experiencia sensorial. Los perfumes son seguros, diseñados en colaboración con un botánico y una marca italiana especializada en fragancias comestibles. En lugar del alcohol no potable de la perfumería convencional, utilizan un alcohol de grano comestible y aceites esenciales naturales. Es “artesanía líquida”, una filosofía heredada de Dr. Stravinsky con la que aspiran a elaborar ellos mismos el 80% de los perfumes.
¿Es una coctelería, un museo o una perfumería?
Al salir, una se pregunta. ¿Qué es realmente Stravinsky’s Parfumerie? ¿Es una coctelería? ¿Es un museo? ¿Es una perfumería?
Es un negocio serio sobre una mentira poética. El museo sirve para justificar el cóctel perfumado, y el cóctel perfumado sirve para perpetuar el mito de un alquimista ruso que nunca existió. Es una experiencia sensorial que nos recuerda que la mejor forma de evocar el pasado, sea este real o inventado, es a través de los sentidos más íntimos y menos atendidos. Aquí, el rigor de la coctelería se pone al servicio de la fantasía, y la memoria, finalmente, se huele.


