Visita a un pasaje escondido junto a Sol: “A los relojeros, lo que menos nos importa es el tiempo"
Una decena de negocios desarrollan su actividad en este particularísimo punto de la capital, conscientes del paso de los años y con la vocación de reparar instrumentos de gran valor emocional
El negocio adyacente o más inmediato es un Tiger que vende tazas, cuencos, velas, marcos de fotos, bolígrafos, globos, cuadernos y pequeños objetos decorativos que seguramente no están pensados para durar décadas. Al otro lado, el comercio contiguo es una farmacia, a la que se suma el apéndice de un bazar que sirve bebidas frías a los turistas sofocados que caen a la Puerta del Sol, ubicada solo a unos 200 metros, o a la Plaza de Jacinto Benavente, aún más próxima. Es un sitio extraño, que parece no cuadrar en ese tiempo y en ese espacio.
Pero ahí está. Se accede de forma anodina, sin abrir ninguna puerta ni tocar ningún timbre. Y los indicios para legos son escasos: lo único que da pistas sobre la existencia del Pasaje de los Relojeros a quien baja la Calle Carretas por el lado izquierdo son dos pequeños letreros luminosos en los que es difícil reparar. Comunica con la Calle de la Paz, y es un pasaje habitado, precisamente, por estos profesionales de la precisión.
Un pasaje atravesado por el tiempo
Probablemente, este pasadizo semioculto dista mucho de la imagen que Walter Benjamin tenía de los pasajes cuando los describió como “templos del capital mercantil”, corredores “que no tienen ningún lado exterior, igual que los sueños”. Pero, si no de onírico, este punto dentro Carretas sí tiene algo de alucinante.

“Nosotros llevamos en el pasaje desde el 72, aunque yo entré en el año 2000”, cuenta a este medio Juan José Martín, de Reyforsa, Relojes Y Fornituras S.A., uno de los establecimientos presentes. “Somos almacenistas-fornituristas, los que vendemos repuestos a los relojeros reparadores. Antes había más relojeros independientes que reparaban piezas, que trabajaban en sus casas o en sus momentos de descanso al salir de la fábrica. El típico pluriempleado de antes. Esos eran nuestros principales clientes”, rememora.
Evolución del negocio
“Con el paso de los años te tienes que actualizar atendiendo a más perfiles de gente: Coleccionistas, personas que heredan un reloj y lo quieren mantener… Eso es lo que estamos haciendo ahora”, cuenta. La gran mayoría de los relojes que pasan por sus manos se vendieron en la época de los 70, si bien de vez en cuando les llega “alguna rareza”.
Una tarde calurosa de julio no pasa por esta galería demasiada gente. En el piso superior, un despacho de abogados expertos en extranjería motiva cierto ir y venir de personas, pero el hecho de que el ascensor solo funcione a determinadas horas da idea de lo particular del lugar. Otro de sus pobladores es Fokus Reparaciones, un taller también enclavado en el tiempo, pero centrado en la importancia de las imágenes: desde 1965 arregla cámaras fotográficas, objetivos digitales, analógicos y prismáticos.

“No se ve a pie de calle”
“Servicio de 10, fui por un problema con mi cámara que los servicios oficiales no me estaban resolviendo, y en muy poco tiempo, tenía la cámara arreglada y a buen precio. Una tienda que no se ve a pie de calle, muy tradicional, en una galería comercial de las de toda la vida, pero ubicada al lado de Sol. Pienso repetir cada vez que necesite reparar mi cámara”, decía un cliente satisfecho en las reseñas de Google.
Sobre Reyforsa, las opiniones también son muy positivas. “Fui a llevar un Oris con el cristal en muy mal estado y me lo reemplazaron a un precio muy razonable. Sin duda volveré por cualquier motivo que les ocurra a mis relojes. Muy recomendables”, valoró un consumidor.
“La gente se sorprende”
Martín ha sido testigo de cómo la vida del pasaje ha cambiado durante el último cuarto de siglo, y relata las idas y venidas sin nostalgia en la voz. “En su día, la mayoría de tiendas estuvieron cerradas. Cuando yo entré esto era un pasaje lúgubre, que la gente desconocía a pesar de estar en plena zona comercial. Si no te fijas, no te das cuenta de que hay algo aquí. La gente se sorprende cuando pasa”, reconoce.
“A principios de los 2.000 abrió una tienda, cerró otra… Y ahora mismo hay 10 o 12 negocios operativos, de los que seis estamos dedicados a la relojería”, relata, satisfecho. También se ubica en el Pasaje, como curiosidad, Comercial Apra, un negocio especializado en la distribución al por mayor de artículos eróticos, higiénicos y de estanco: desde lubricantes de 1 litro a papel de fumar. Signo de los tiempos, quizá.

Tendencia positiva
Martín tiene más optimismo por el futuro que añoranza por el pasado, pero, en sus pronósticos, mezcla los tres tiempos. “Ojalá no me equivoque, porque creo que la tendencia debe ser ir a mejor, hacia el coleccionista y hacia la gente que busca recuperar lo antiguo y lo clásico, como ese reloj que con tanto esfuerzo se logró comprar años atrás y ahora se mantiene para que dure muchos años más”, responde, preguntado por cómo cree que será el lugar dentro de cinco o diez años.
“Ojalá la gente lo siga conociendo y siga viniendo”, remarca. “Hay algunos que son más mayores que nosotros, y están ya a las puertas de la jubilación. Supongo que, si los hijos no se quieren hacer cargo del negocio, lo venderán o lo traspasarán”, admite. De darse, él no se alegraría de dicha pérdida, a pesar de que en la práctica supondría restar un competidor: recuerda que antiguamente los gremios funcionaban así, todos juntos en la misma zona. Así se hacían fuertes.
Evolución del lugar
Por eso, Martín admite que le gustaría que se mantuviera la esencia relojera, aunque reconoce que cada uno es cada uno y no se puede dar nada por sentado “viendo en lo que se está convirtiendo la zona, que cada vez es algo más enfocado al turismo”. No parece gratuito ese algo: una indefinición en la que algunos sacan tajada, un centro urbano en el que se desplaza al local y los bazares (donde se venden cervezas y gorras del Real Madrid o en las que reza I love Spain junto a la imagen de un toro) sustituyen a los comercios de siempre.

Al respecto, en ese ir y venir constante de turistas que pasan un fin de semana en la capital y compran en tiendas pop-up que duran tres días, de reels que se mantienen 24 horas en Instagram y de efimeridad lucrativa, incesante, el reloj se erige en un artilugio casi desafiante. Más caro o más barato, Seiko u Omega, pero digno y duradero, anclado a la realidad. Útil. Concreto. “Yo siempre lo digo: a los relojeros, lo que menos nos importa es el tiempo”, ríe Martín.
La Vitrina y artistas de antes
Otra de las curiosidades del Pasaje es el proyecto La Vitrina, un escaparate que puede parecer abandonado pero que cada mes programa la obra de un artista independiente. Llamarlo “mini galería de arte” sería exagerar. No obstante, hace décadas, en este mismo punto se ubicó el estudio de dos artistas, D. Vicente Gómez, dibujante comercial y publicitario, y Alejandro Gómez Marco, su hijo y artista pintor. Trabajaron en un mundo sin internet ni Airbnb, pero en el que igualmente había que vender y hacer atractivos determinados productos.
Según el Centro de Documentación Publicitaria, Vicente Gómez tenía en este lugar, junto al kilómetro cero, “un hervidero de gente en el que seguro se sumergía para pillarle el pulso a una sociedad que iba descubriendo eso del capitalismo a la par que se iba forjando la clase media”. “Por el Estudio Gómez pasaron muchos dibujantes que acabaron siendo nombrados diseñadores gráficos. Otros se asomaron posteriormente a la pintura y en ella se quedaron”, relatan.

Pioneros de la publicidad
Por su parte, Alejandro, tal y como explica el Archivo de la Fundación Juan March, fue becado en 1968 por el Institute of International Education para visitar Estados Unidos, donde residió durante tres años.
Quizá allí viese a tipos parecidos a los de Mad Men. Quizá le inspirasen a lo largo de su carrera, que fue fructífera: con el tiempo, el hijo de Vicente Gómez obtendría muchos reconocimientos y ejercería de profesor Asociado de la Facultad de Bellas Artes de la Complutense en la asignatura de Técnicas de Estampación II y Técnicas Planográficas, desde 1988 hasta 2007, año de su jubilación. Quizá algún vecino del Pasaje de Carretas le arregló en algún momento un reloj. Y, por qué no, quizá hoy lo lleve en la muñeca su hijo, su hija, o su nieto; que mira la hora en ese instrumento en el que aún es siempre todavía.


